Con gusto, Costa Rica

Por ser nuestro último día en Costa Rica, el tiempo se ha portado y ha amanecido un bonito y despejado día para ir a nuestra última excursión.Hemos visitado el volcán Irazú en la provincia de Alajuela y como a una hora de San José, donde terminará nuestra aventura. El volcán Irazú es el más alto del país alcanzando los 3.200 metros de altura sobre el nivel del mar.Por ello la subida al volcán es una auténtica aventura que nos ha llevado a estar por encima de las nubes y no he podido evitar pararme en mitad de la carretera para enseñároslo.El volcán Irazú, cuyo nombre significa «lugar de helechos» ya que en sus laderas es fácil encontrar esta planta, cuenta con 5 cráteres, de los cuales sólo se visitan 2: el cráter principal y el cráter Diego de la Haya, en honor a su descubridor.

El cráter principal es el segundo más grande después del Poas, con poco más de un kilómetro de diámetro y contiene una laguna cratérica azul celeste en su interior que resulta un verdadero espectáculo. Además, es frecuente ver fumarolas puesto que el volcán continúa activo a día de hoy. No solo eso, además es el volcán que supone un riesgo más alto para Costa Rica ya que está ubicado en pleno Valle Central, donde se desarrolla gran parte de la actividad socio económica del país, pudiendo alcanzar incluso al aeropuerto internacional Juan Santamaría.El cráter Diego de la Haya está próximo al cráter principal, inactivo hoy en día, está tapado por los depósitos de ceniza acumulados de antiguas erupciones.El resto del parque nacional, es una explanada de restos volcánicos (técnicamente se llama terraza) por la que se puede caminar si los pulmones os permiten respirar el aire puro de esa altura. Merece la pena porque es lugar único y además hemos tenido la suerte de estar prácticamente a solas con el volcán, lo que ha convertido el último paseo en algo mágico.

Y con esta último paseo abandonamos Costa Rica y damos por terminada nuestra aventura en un país que nos ha deleitado y sacado de quicio a partes iguales. Esta vez no he hecho mucha mención a la comida y es que no va a ser una de las cosas por las que más recuerde Costa Rica. El plato típico es el gallopinto, una mezcla de arroz con frijoles que de tan típica la toman para desayunar, comer y cenar, variando los ingredientes que lo acompañan desde huevos y tortitas para desayunar hasta pollo, cerdo o ternera para las comidas importantes del día. Al tercer día, ya empezaba a tener cierta tirria al gallopinto, pero por suerte Costa Rica es un país abierto al mundo y en él se puede encontrar todo tipo de comida internacional.Si echaré de menos la fruta tropical a todas horas, especialmente los mamones que ya conocéis, o tener sed y poder tomarte un coco recién cortado en cualquier puesto callejero improvisado. La papaya, la piña y la sandía, más conocidos para mí, en Costa Rica tienen un sabor dulce intenso que te apetece a todas horas.También puedo dejar sin ninguna pena las carreteras que hemos atravesado en los últimos días, ya os he hablado de ellas así que no me detendré más salvo para una recomendación: si viajáis a este país, 4×4! Siempre! Esas mismas carreteras atraviesan un montón de pueblecitos en los que siempre nos encontramos mínimo 2 o 3 colegios porque Costa Rica es un país, en esto envidiable, que no tiene fuerzas armadas y gran parte del gasto del país se invierte en escolarizar a la sociedad.

Aunque ha habido momentos que me han provocado urticaria, ya empiezo a recordar con cierto cariño las expresiones típicas de aquí como su «pura vida», o su expresión de «con gusto» porque para ellos siempre es un placer atenderte, aunque sea con ese ritmo pura vida y estés a punto de perder un ferry. Os dejo algunas imágenes curiosas y que creo que definen bastante el estilo de vida costarricense, por si aún no he sido capaz de transmitíroslo.Sin duda una vez lo repose tendré más claras algunas de las sensaciones que he experimentado en este viaje pero sí tengo claro que echaré de menos levantar la vista y ver verde por todas partes, algunos de esos paisajes se han quedado para siempre dentro de mí. Y también algunas de las experiencias, inéditas para mí, y la gente maravillosa que hemos conocido en esta aventura.

De este viaje he aprendido a valorar los recursos naturales y a ser más respetuosa con nuestro entorno, Costa Rica es el ejemplo de que se puede respetar lo que nos rodea y ser un país tremendamente bello y feliz. Ahora toca volver a casa con mis amores pero no sin antes hacer mención y darle las gracias a ella, mi compañera de este viaje loco, la copiloto ideal que con su inocencia me ha hecho reír muchísimo buscando miradores de volcanes, con sus problemas con las alturas y esa medio sordera que nos ha llevado a reinventar los cacahuetes en macahuetes, entre otras miles de anécdotas. Gracias a ella los viajes terribles en coche durante horas, e incluso las esperas, también de aeropuerto, han sido hasta divertidos. Ha sido un placer, besti!

Y a todos los demás, pura vida muchachos! 😉

El Pacífico en Costa Rica

Y la primera vista del mar en este viaje tiene lugar desde Puntarenas, donde cogeremos el ferry en el que, coche incluido, atravesaremos el Golfo de Nicoya para llegar a Paquera e iniciar allí nuestra ruta por las playas costarricenses. Mejor no os cuento nada del camino, increíbles vistas pero caminos de infarto que nos llevan incluso a atravesar el mar con nuestro coche, toda una aventura.Nuestra primera parada es Santa Teresa, un pueblecito costero con un encanto increíble y mucha vida, una mezcla entre lo caótico y el buen rollo que se respira.Nos adentramos en la naturaleza de nuevo para encontrar el mar y, pocos metros después, llegamos a una increíble playa de arena fina rodeada de verde y prácticamente para nosotras, es como un pequeño paraíso. A pesar del fuerte oleaje, no nos resistimos a darnos un baño de lo más divertido y refrescante.Continuamos camino a la cercana Playa del Carmen, pueblo del mismo estilo pero con menos magia en nuestra opinión que el de Santa Teresa. La playa es otra maravilla aunque quizá es menos salvaje y por ello no nos impresiona tanto, pero nos regala un atardecer impresionante de esos que tanto me gusta coleccionar.Tras ver el atardecer, ponemos rumbo a Playa Tambor, que será nuestra casa en los próximos dos días. Un lugar encantador el pueblito de Tambor, situado frente al Monte Cocodrilo, a ver si podéis adivinar por qué se llama así.Playa Tambor es otra espectacular playa, en este caso de arena y pequeñas piedras, que durante estos días también nos ha regalado algunos atardeceres inolvidables, eso sí, con un cóctel en la mano.Habíamos hecho los deberes así que traíamos reservada una excursión con la empresa Cabo Blanco Travelers a Isla Tortuga que arrancaba desde el pueblo de Montezuma. La excursión fue un gran acierto ya que nos permitió navegar en un bote por Bahía Ballena (con la esperanza de avistar ballenas, cosa que no ocurrió) y poder contemplar así el Arco-iris de cerca, otra de las maravillas que crea la naturaleza.Tras un rato muy agradable de navegación, nos zambullimos en el agua para hacer snorkel y contemplar los peces de colores revoloteando a nuestro alrededor. Además, bajando un poco más pudimos ver también un tiburón de arrecife e incluso tuve en mis manos durante un buen rato una estrella de mar que me cogió cariño y pegó sus ventosas a mi mano, sin querer separarse de mí. Llegamos a Isla Tortuga agotados y hambrientos, por suerte Josua y Víctor, nuestros guías, nos prepararon una deliciosa comida local para reponer fuerzas.El tiempo en Isla Tortuga fue fantástico, no era para menos teniendo en cuenta que estábamos en mitad del Pacífico en una isla de vegetación y arena blanca en un día espectacular. Por suerte, además, dimos con unos compis de día muy geniales con los que hicimos piña y nos echamos unas buenas risas.Nuestro destino tras la excursión, Montezuma, era solo un lugar de paso para nosotras pero una vez más el viaje decidió que no fuera así puesto que teníamos un lugar mágico por descubrir y, por si eso fuera poco, ahora además teníamos allí amigos.El pueblo de Montezuma está plagado de locales auténticos como éste.La playa de Montezuma es también espectacular y en ella desovan las tortugas cada tarde.Y por último descubrimos gracias a nuestros amigos un tesoro escondido: la catarata de Montezuma. Un camino imposible para llegar a ella que me ha hecho temer varias veces por mi integridad y sudar la gota gorda pero, una vez he llegado a la catarata y me he podido bañar en ella, incluso colocándome justo debajo de ella gracias a que el camino dificulta la llegada masiva de turistas, ha merecido la pena de lejos.Iniciamos rumbo exprés por un pequeño error de cálculo en el tiempo para llegar y conseguimos alcanzar a tiempo, por los pelos pero a tiempo, el ferry que nos llevará de vuelta a Puntarenas.Y mi última vista del Pacífico es un atardecer precioso desde el ferry. Muy pronto volveremos a vernos, estoy convencida.Último día de viaje, ahora no podéis dejarnos solas. No adelanto nada porque dependemos del tiempo terriblemente cambiante de Costa Rica pero os prometo que intentaremos poner un broche de oro a este viaje tan especial.

Monteverde y el Bosque Nuboso

Nos desanimamos un poco nada más amanecer este día porque la lluvia, la niebla y las nubes seguían sobre La Fortuna. Aún así, dimos un paseo para dar un rato a ver si despejaba y podíamos visitar el volcán Arenal pero finalmente no fue así y mi despedida de él es esta foto que es lo máximo que llegó a verse en las últimas horas. Será mi espinita de este viaje.

Cogemos camino hacia Monteverde rodeando el volcán y el lago Arenal que habíamos visitado el día anterior, con esas carreteras que sabéis que me encantan llenas de curvas, rodeadas de naturaleza y que ofrecen vistas increíbles en cada recodo. En cambio, la lluvia nos acompaña y eso resulta algo más incómodo. Se transforma en imposible cuando, a mitad de camino, abandonamos la carretera por la que veníamos para coger otra sin asfaltar y encima en subida. Vamos a Monteverde y su nombre obedece a que en este país no se complican demasiado con los nombres, de hecho todas las calles y carreteras no tienen nombres sino que le asignan un número cardinal. Pues bien, Monteverde se llama así porque es una zona en la que confluyen varios montes y que es muy verde, por lo que la última hora y media de camino la empleamos en recorrer unos 30 kilómetros muy despacio, saltando por los baches, con el limpiaparabrisas funcionando a todo trapo, encontrando animales por la carretera e incluso algún rato de neblina que dificultaba la visión. Y todo verde alrededor.

Contra todo pronostico, llegamos a salvo al Parque Natural Selvatura ubicado en medio del bosque nuboso, un ecosistema que se caracteriza por la humedad introducida por las nubes y que se mantiene debido a que está rodeado de montañas, está plagado de densa vegetación que alcanza una elevada altura puesto que la vegetación compite entre sí para ir buscando la luz. No me enrollo más, tenéis que verlo.

Y no, finalmente no nos atrevimos a hacer la tirolina porque el trayecto nos había pasado factura y estábamos agotadas, sumado a que, con el temporal que nos acompañaba, no era lo más recomendable. Pero nadie nos puede negar que lo disfrutamos de igual manera haciendo una ruta de 3 kilómetros en la que pasamos por 8 puentes colgantes que nos permitían observar la magnificencia de este lugar.

Después de la caminata, estábamos agotadas y nuestro plan era volver a Monteverde para encontrar nuestro alojamiento y descansar. Pero los viajes son así, un continuo cambio de planes según donde te va llevando la aventura y, esta vez, nos llevó a cruzarnos con un encantador lugareño que nos propuso una caminata nocturna por el bosque nuboso para observar animales. En Costa Rica en agosto anochece a las 6 de la tarde pero nuestro night walk no empezaba hasta las 8 así que tuvimos tiempo de descansar un rato y equiparnos con sudaderas para acudir a la cita. Con más miedo que vergüenza, nos plantamos en Kinkajou Tours, una agencia especializada en caminatas nocturnas de Monteverde, y, linterna en mano, empezamos a andar. La sensación de caminar de noche por este lugar buscando animales, muchos de ellos venenosos o depredadores, es una inyección de adrenalina. No puedo enseñaros mucho porque no vengo tan preparada, tecnológicamente hablando, para hacer fotos nocturnas en condiciones pero si os puedo contar que, en las 2 horas que anduvimos por la selva, vimos armadillos, ranas de vidrio, una lora de pestañas (un tipo de víbora) y algunos más que ni había oído ni recuerdo su nombre porque, os lo reconozco, iba más pendiente de no caerme ni recibir alguna picadura indeseable. Me hacía especial ilusión ver un tucán, típico en Costa Rica y uno de los animales que más me gustan, y la noche estrellada que dejó paso la lluvia me regaló la vista de uno de pico verde y tuve que contenerme para no gritar de la emoción. No hay foto pero os puedo asegurar que es uno de los animales más hermosos que he visto. Y por último, mención especial para la tarántula que se asomó a saludarnos desde su escondite bajo una rama e incluso pude hacerle una foto para enseñaros.

Ahora si, podemos dar por terminada nuestra jornada y también la aventura por la naturaleza. Y mañana, no podía faltar en este viaje, nos vamos al mar Pacífico. Al fin, el mar.

Pura vida

«Pura vida» es la expresión más famosa de Costa Rica y se usa para todo aquí. Hemos empezado a entender su significado a medida que nos hemos ido adentrando en la naturaleza y en el ritmo que tiene este país, espero saber transmitir a lo que me refiero a través de nuestra aventura en estos dos días.

Salimos de San José rumbo al Volcán Poás. El volcán es uno de los principales atractivos del país por ser también una de sus cumbres más altas, llegando a los 2.700 metros de altitud. Además, rodeado de bosque nuboso, es de una belleza increíble. La última vez que el volcán entró en erupcion fue en 2017 y, desde entonces, presenta pequeñas erupciones freáticas que expulsan gases de ácido sulfúrico y que han motivado el cierre del parque natural en el que se encuentra por motivos de seguridad. Aún así, se puede visitar uno de sus cráteres, el principal, que tiene un diámetro de más de un kilómetro que resulta impresionante.

Llegamos al fin al volcán, después de un rato de ruta en coche por las peculiares carreteras costarricenses, maravillándonos con el ascenso mientras va haciendo cada vez más frío debido a la altura.

La desventaja de encontrarse en un bosque nuboso, es que cuando llegamos a la entrada al parque, nos avisan de que las nubes están cubriendo el cráter y no se ve nada (si os parece curioso, podéis ver en directo el estado del volcán en http://www.ovsicori.una.ac.cr/index.php/vulcanologia/cámaras).

Estuvimos haciendo tiempo por los alrededores y la suerte nos acompañó, finalmente el cráter se despejó y pudimos entrar a verlo, no sin antes colocarnos un casco de obrero por seguridad y para asegurarnos que estamos monísimas en las fotos 🙂 Todas las peripecias, incluido el casco, merecieron la pena cuando conseguimos por fin asomarnos al cráter y contemplar esta maravilla. Es indescriptible.

Mientras esperábamos a que se despejase el cráter del Poás, nos acercamos a las Cataratas de la Paz. Resultó un acierto porque una de las cataratas se puede ver desde la carretera sin necesidad de pagar y es todo un espectáculo de la naturaleza, resulta increíble estar cerca de ella y sentir la fuerza con la que cae el agua sobre la laguna que hay bajo ella.

Aprovechamos también la parada para tomarnos una pipa (un coco) con unas tortas de maíz y queso que nos vendieron en un puesto improvisado cercano a la catarata.

Seguimos camino por la provincia de Alajuela rumbo a La Fortuna, con más carreteras peculiares, de un solo carril que lo mismo te hacen ir detrás de un autobús escolar que de un carromato que transporta animales, pero con unos paisajes a los lados que cortan la respiración. Y llegamos a media tarde para encontrarnos con un lugar fuera de todo lo conocido hasta ahora, con un montón de vida que gira en torno a la naturaleza. Se pueden encontrar observatorios de mariposas, de pájaros, de insectos, de plantas, hot springs (aguas termales) o puestos de fruta tropical por todas partes, todo ello en un pueblo que es poco más de una calle ancha culminada por el volcán Arenal.

Estamos agotadas pero este lugar invita a estar en la calle y nos alargamos un poco en Lavas Grill mientras tomamos piña colada y escuchamos reagge con una amiga que hemos hecho en el viaje.

Aún así, ya con las fuerzas renovadas después de dormir, arrancamos al día siguente con una ruta del chocolate. Y es que Costa Rica es un gran productor de esta delicia y conocer el proceso de elaboración del cacao en un entorno como éste, ha resultado algo inolvidable.

En primer lugar, permitidme que os presente el origen de todo, que es la plantación de chocolate en fruto porque, no sé vosotros, pero yo nunca había visto cómo es el chocolate antes de convertirse en el manjar que conocemos.

Durante el tour hemos podido ver cómo se fermenta, seca, muele, se separa de la cáscara y finalmente se convierte en una pasta con la que convertirnos la semilla del cacao en chocolate. Además, hemos podido probar el fruto en cada uno de los pasos, siendo testigos de cómo va evolucionando su sabor hasta convertirse en la delicia final. Interesante y delicioso.

Continuamos el día muy cerca visitando la Cascada de La Fortuna junto al mariposario y al jardín de orquídeas. Lástima que la lluvia torrencial que ha caído durante nuestra ruta del chocolate ha hecho que todas las mariposas corran a refugiarse así que no hemos podido ver muchas. Para llegar a la catarata, nos espera un descenso de 500 escalones, no sin antes observar la catarata desde un mirador en lo alto que nos promete que la bajada merecerá la pena.

Una vez abajo, con las piernas temblando, nos impacta tanto la vista y el oído, que casi nos olvidamos que todo lo que hemos bajado, más tarde habrá que subirlo.

Por si con estos dos sentidos no teníamos bastante, está permitido el baño así que no lo hemos pensado ni un minuto y nos hemos cambiado para meternos de lleno. Las sensaciones de bañarse junto a una cascada de estas dimensiones y rodeada de selva por todas partes, no pueden ser mejores y tengo que compartir un poquito también con vosotros.

Estando aún en el agua, ha empezado a diluviar como si el cielo fuera a venirse abajo así que hemos tenido que precipitar nuestra salida del agua para poner a buen recaudo nuestras cosas. Y empezar la subida, caladas hasta donde os podáis imaginar y con un perezoso gurú que nos iba poniendo frases motivadoras para indicarnos que cada vez estábamos más cerca de la cima.

No he podido evitar hacer una última foto de la catarata desde arriba y esta vez envuelta en niebla y lluvia, incluso así resultaba una maravilla.

Después de la catarata, nuestro plan era visitar el volcán pero el mal tiempo nos ha seguido hasta él así que no hemos podido hacerlo. Esperemos que mañana el día esté más despejado y podamos ver la principal atracción de este lugar que me ha conquistado. En cambio, la lluvia no nos iba a parar y hemos aprovechado el resto de la tarde para ir al pueblo de El Castillo y visitar el Lago Arenal, llevando al extremo a nuestro 4×4. Las vistas, tanto por el camino como a pie del lago, son de esas que te quedas para siempre contigo.

Rematamos este día pasado por agua con un poco más gracias al circuito de aguas termales del Tabacón. Las aguas de este lugar proceden directamente del volcán y por ello salen ardiendo. Es un lugar para relajarse y dejarse impregnar por los beneficios para la salud y la piel de este agua, pero es que además el sitio es una auténtica belleza. Hemos pasado un rato de sensaciones a flor de piel y hemos salido renovadas de allí.

Espero que hayáis sentido un poquito de la pura vida que respira Costa Rica de nuestra mano, pero esto no acaba aquí y tenéis que volver en la próxima entrega para saber si nos atreveremos al canopy (tirolina) y, en caso afirmativo, si sobrevivimos a él.

Tortuguero

El día amanece mucho más despejado de lo que prometía así que arrancamos el día con la alegría de no tener que usar chubasquero. Invertimos 3 horas en llegar hasta la entrada al Parque Nacional Tortuguero pero por el camino nos deleitamos con la carretera que conecta la provincia de Limón con San José, única vía de conexión entre ambas y que atraviesa el parque natural Braulio Carrillo.

Costa Rica supone el 5% de la biodiversidad mundial y no es de extrañar viendo el respeto con el que se trata a los tesoros naturales que hay en el país. En concreto, Braulio Carrillo es muy importante para los lugareños puesto que concentra gran parte de la bioiversidad gracias a su gran extensión (lindando con otros parques naturales) y sus diferentes alturas que llegan hasta los 3000 metros sobre el nivel del mar. También es relevante por ser el proveedor natural de la lluvia para San José. Gracias a que sus altas montañas cubiertas de selva forman una barrera natural que separa el Valle Central de la región caribeña, las nubes se forman en él y cuando cruzan a San José descargan la lluvia.

Dejamos atrás Braulio Carrillo para continuar por la provincia de Limón en una carreterita que va recorriendo pueblos y plantaciones de bananos. Hacemos varios altos en el camino, entre ellas para ver alguna plantación que son de lo más curioso.

También tenemos la oportunidad de disfrutar en el camino de algunas otras frutas tropicales como el mamón y el achiote, en este caso no para comer sino para pintarnos los labios ya que el fruto es un tinte natural.

Poco antes de llegar a nuestro destino, nos sorprende un perezoso dormido en un árbol a pocos metros de la carretera. Son unos animalejos muy tiernos que duermen durante 20 horas al día y comen exclusivamente hojas durante las 4 horas restantes.

Y tras tres horas de camino en minibus rodeadas de paisajes verdes y con algún que otro traqueteo, llegamos a La Poveda y allí nos adentramos en bote en el Parque Nacional Tortuguero a través de un canal, única manera de llegar al pueblo de Tortuguero, que linda con el mar Caribe. Y empezamos a maravillarnos con la densidad de la vegetación alrededor, rodeadas por cocodrilos, caimanes, aves de todas las especies, iguanas, monos… Es un lugar increíble que es bastante difícil describir, incluso con fotos, tiene esa magia que es imposible captar con una imagen.

El Parque Nacional de Tortuguero nace en los años 70 para proteger a la tortuga verde, que va a desovar en esta zona. Por ello, de la zona protegida que abarca el parque, solo un 20% es bosque, el 80% restante es playa y mar. Tenemos que dar gracias a la tortuga puesto que sin ella no habrían preservado la zona de bosque que es tan impresionante. Aprendimos mucho sobre las distintas especies de vegetación y de fauna pero probablemente las sensaciones de este lugar serán las que perduren en el tiempo.

Después de recorrer maravilladas durante más de una hora los canales del parque nacional, llegamos al pueblo de Tortuguero. Un pueblito pegado al mar y sin más conexión con el mundo exterior que los canales por donde hemos venido. En realidad se trata de una calle en la que sólo se puede transitar a pie o en bici. Es un pueblo muy humilde de unos 1.000 habitantes dedicados al turismo, no he podido hacer más fotos porque iba maravillada con el lugar pero aquí tenéis una pequeña muestra, incluida la palma del viajero que se encuentra allí y que por razones obvias también me conquistó.

Y por supuesto, el pueblo de Tortuguero va a dar al mar Caribe en una playa de arena fina pero oscura debido a las cenizas del volcán que estuvo activo años atrás. En esta playa es donde la tortuga verde hace el desove entre julio y octubre por la noche cuando no hay ojos curiosos que la observen (o eso se cree ella) y por tanto es un entorno protegido donde no es posible el baño. Puesto que nosotras no hacíamos noche en Tortuguero, no pudimos ver el desove pero si tomarnos una popa, hermana pequeña del coco, mirando al mar Caribe.

Camino de vuelta a San José y mañana seguimos abandonando la ciudad para adentrarnos en más naturaleza.

San José (SJO vive!)

Nuestra aventura comienza por fin, después de tanta espera, y conseguimos llegar a Costa Rica después de 11 interminables horas de vuelo. Aterrizamos en un nubladísimo San José y nos dirigimos a recoger nuestro coche de alquiler con la consabida perorata por parte de la compañía de alquiler para que contrates todos los seguros del mundo. Empezamos a conducir por estas calles sin líneas, con unas señales de tráfico que nos vuelven más locas que nos aclaran y unos conductores que no respetan las normas ni por casualidad. Bienvenidos al caos de Costa Rica.

San José se nos antoja una ciudad sin más, muy caótica, sucia y sin mucho encanto. Ni siquiera los lugares recomendados nos parecen nada del otro mundo pero, una vez hemos pasado aquí un día, hay algo en ella que se queda dentro y te dice «merece la pena haberlo visto». Empezamos por la Plaza de la Cultura, donde se encuentra el Teatro Nacional y las famosísimas letras del logo de la ciudad.

Continuamos camino para descubrir la Catedral de la ciudad y el Parque Central que está justo en frente donde un sinfín de pájaros consiguen volvernos locas cantando todos a la vez desde los árboles.

Aquí descubro mi rincón en San José, desde el parque mirando hacia otra de las atracciones de la ciudad que es el Teatro Mélico. Algo tiene este rincón que si consiguió atraparme, adornado por la luz del atardecer.

Nos dirigimos a la Avenida Central, máximo exponente del caos, una calle peatonal con mucha animación donde encontrar tiendas, bares, vendedores ambulantes y gente y música por todas partes. Nuestras cansadas cabecitas no soportan muy bien ya el jaleo así que solo aguantamos en la calle el tiempo suficiente para ver este atardecer al final de la misma.

Una cena, algo más cara de lo previsto por nuestros caretos de guiris, reponer fuerzas y mañana rumbo a Tortuguero, en el lado caribeño del país.

Es hora de…

Desde mi última aventura han pasado muchas cosas, demasiadas quizá, he tenido que acallar por un tiempo mi gen wanderlust para dedicar mis energías a otras cosas, pero las alas solo significan libertad abiertas en pleno vuelo, plegadas a la espalda no son más que una carga, y ya siento ese gusanillo dentro que me pide volar, dejando todo lo demás en pausa.

A unas horas de empezar una nueva y apasionante aventura por Costa Rica, esta vez con una compañía de excepción que seguro me va a aportar un montón de buenos momentos entre risas, he tomado un respiro para reflexionar sobre todo lo que ha ocurrido en estos meses. Las noticias, a veces, son como un jarro de agua fría que te caen encima despertándote del letargo en el que te encontrabas y así ocurrió que, de repente, tuve que asimilar que, sin saberlo, había estado perdiendo poco a poco a uno de los pilares de mi vida, incorporar en mi día a día la incertidumbre por lo que está por venir y seguir adelante cuando solo tienes ganas de esconderte y gritar a la vida para preguntarle por qué a veces es tan cabrona. Pero el título de este blog no es sólo una frase vacía de significado y, a pesar de todo, tenía que encontrar una razón para levantar la cabeza, y así fue que la encontré a ella.

Ella llegó a mi vida para que la corona volviera a ponerse en su sitio, la idea era encontrar algún rato para pasarlo juntas y que eso me diera la energía suficiente para seguir adelante. Lo que yo no sabía era que me iba a quitar la corona y se iba a proclamar reina absoluta de mis días. Me enamoré perdidamente y ya no podía estar solo unas horas con ella para luego dejarla en su jaula y seguir con mi vida como si nada. Y después de dar muchas vueltas entre las lágrimas, el miedo y los paseos con ella, un día se quedó para siempre. Cambió mis rutinas, lo llenó todo de energía y alegría, también de cariño, convirtió el gris en una gama de colores hermosos y consiguió que volviera a ser yo, de una manera tan auténtica que ni yo misma conocía.

También en estos meses han habido conatos de encontrar a alguien que complete nuestra pequeña familia peluda pero los intentos han sido en vano y sospecho que tiene mucho que ver el hecho de que ella me mira como nunca nadie lo había hecho antes, diciéndome sin hablar «eres todo lo que tengo» y paseando conmigo con ese andar saltarín tan suyo, moviendo el rabito de alegría y girando su cabecita hacia mí para luego volverla al frente, contándole al mundo que está orgullosa de ir a mi lado.

Ha aprendido a entenderme cuando le hablo, a saber lo que está bien y lo que está mal, a acatar mis órdenes sin rechistar porque confía plenamente en mí y a hacer suyo nuestro hogar para defenderlo cuando sea necesario. A cambio, me ha enseñado a disfrutar más de mi escaso tiempo libre, a ser más organizada con el afán de arañar minutos para estar juntas, me ha recordado lo inmenso que es el amor y que gracias a él se pueden lograr cosas increíbles. Y yo no he podido hacer otra cosa que enamorarme más de ella cada día.

Pero necesito volar y este vuelo tengo que hacerlo sin ti, pequeña. Eso si, te puedo asegurar que en cada paisaje verde tú estarás allí correteando por él en mi mente y te prometo que repondré todas las energías para volver, si cabe, con más ganas de vivir nuestra aventura del día a día. Quédate la corona, yo me voy con la cabeza bien alta porque sé que tú estarás esperándome a mi regreso.

Ahora sí, que empiece la aventura! Os espero en San José!

Donde vaya aquí en el corazón te tendré a ti…

Tu nombre significa “océano” en maorí, así que supongo que estábamos predestinadas de alguna forma a encontrarnos. Han sido un montón de primeras veces en los últimos dos meses ¡y todas las que están por venir! Hoy hemos cruzado juntas esa puerta por última vez y, aunque tú no seas consciente aún de ello, al hacerlo estabas dando un paso hacia el primer día del resto de tu vida. Ataviada con tus nuevos complementos rojos, que he elegido por ser el color que representa la fuerza, la vida, la valentía y todas las cosas que tú significas para mí, además de ¿por qué no decirlo? porque con ese color estás aún más bonita.

A pesar del miedo, ilusión es el sentimiento que mejor define cómo me siento así que hoy que has dejado atrás la oscuridad, el frío y la soledad de tu chenil, solo puedo sentirme agradecida. A Hoope, por haberte acogido y haber cuidado de ti durante tus 2 años de vida, a cada una de las personas que han sentido un pellizquito en el corazón hoy cuando te han visto marchar, a Sergio por habérnoslo hecho fácil a las dos y habernos ayudado con sus consejos a llegar hasta aquí. También un “gracias”, algo más amargo, a aquella «persona» que te dejó abandonada sin mirar atrás, porque así hoy podemos empezar nuestra vida juntas.

El camino no va a ser siempre fácil pero salvaremos cada obstáculo trabajando juntas. Yo me encargo de que muy pronto descubras esa increíble masa de agua a la que hace honor tu nombre y estoy convencida de que te enamorará tanto como a mí. Solo es una aventura de las muchas que tengo pensadas, quiero que disfrutes del mundo, quiero que recuperes el tiempo y que aprendas que confiar en alguien no siempre es sinónimo de decepción.

Orejotas listas para ondear al viento mientras correteas, inundándolo todo de alegría.

Bienvenida a tu nueva vida, pequeña Moana.

Entre recuerdos. Adiós 2018

2018

Este 2018 no da para mucho más, se nos escapa entre los dedos según se va apagando la luz por última vez. Y de nuevo esta mezcla de sentimientos entre melancolía por lo que queda atrás y alegría por todo lo que está por venir.

No puedo decir que haya sido un año fantástico pero, como todos, me ha enseñado algunas cosas. Este año ha sido mi escuela para aprender a valorar los recuerdos, los buenos y los malos, que son los que dibujan quienes somos y mantienen vívidas las lecciones aprendidas. Probablemente habrán sido infinitas las veces que he deseado que algunos de ellos se borraran para que no se conviertan en fantasmas que reaparecen en los peores momentos y, ahora que aún estamos en este 2018, puedo decir que no volveré a desearlo más.

Ni que decir tiene que, obviamente, prefiero todos los recuerdos buenos y que este año, contra viento y marea, me he empeñado en hacer una colección de buenos recuerdos que sin duda van a cambiar conmigo de año. Están en ese saco de buenos recuerdos todos los momentos de risas, también de lágrimas, los cafés improvisados, los abrazos de mi ranita, las tardes de manta, las de maratón de series, los logros profesionales que llegan después del trabajo bien hecho, las caricias y juegos de zombis con mis pequeñajos, las buenas películas, la cocina de mamá y los postres dobles de papá, las conversaciones que duran horas, ver el mar, las comilonas, las siestas, los ratos de truculencias en la oficina y, por supuesto, los viajes. Los he contado y han sido 22 vuelos en total los que me han llevado a atravesar el mundo en este año y a deleitarme con los atardeceres y los templos budistas de Tailandia, con la magnificencia y los contrastes de Rusia, con la belleza clásica de mi Italia, con la verde Eslovenia y la controversia cultural de Bosnia, con la acogedora Croacia y el azul celeste del Adriático, con la calidez del sur de Francia y la libertad que se respira en el aire de Dinamarca. Tenía que hacerles una mención especial pero los recuerdos no son un destino, sino las miradas, las sensaciones, las experiencias y los aprendizajes en cada uno de ellos.

Y si los recuerdos también son esto, 2018 ha estado repleto de todo eso y no solo en cada uno de los viajes. Las miradas de cada uno de vosotros, a veces de complicidad, otras de respeto, de cariño o de incredulidad, e incluso de preocupación sincera cuando me habéis visto tambalearme. Guardo especialmente a buen recaudo algunas sensaciones que he experimentado este año, algunas de ellas nuevas para mí, pero destaco por encima de todas esa sensación de felicidad después de cada “lo he conseguido”. Las experiencias son un grado pero son demasiadas para recoger aquí sin aburrir y son algo tan personal que en algunos casos sería complicado transmitir solo con palabras. Y por último, los aprendizajes, que también han sido muchos, son la forma que tiene este año de decirnos que incluso de todo lo que nos ha devastado y nos ha dejado unas cicatrices muy feas, se puede sacar algo positivo y bonito aunque a priori seamos incapaces de verlo.

En el cenit de este 2018, mi deseo es que sigamos recolectando recuerdos y que nada nos los pueda borrar jamás, que todos podáis volver atrás la vista (tan lejos o cerca como queráis) y rescatar algunos de esos recuerdos bonitos para iluminar esta noche especial y cruzar la delgada línea que nos separa ya del próximo año, con la corona en su sitio y brillando con fulgor. Y mañana, seguiremos coleccionando más recuerdos.

Hasta siempre, 2018. Feliz 2019!!!!!!

 

Copenhague y el hygge.

Y en la última entrada de esta pequeña aventura quiero darle protagonismo al Hygge, muy importante en la cultura danesa, una palabra sin traducción ni significado concreto pero que viene a representar pequeños momentos de gran felicidad. Y es que dicen de Dinamarca que puede ser el país más feliz del mundo y eso se transmite en la calidez y amabilidad de sus habitantes, siempre dispuestos a ayudar con una gran sonrisa, y en los colores vivos, luces y vida que hay por toda la cuidad.

No podíamos irnos de la ciudad de la bici (un dato: el 61% de los desplazamientos al trabajo de Copenhague se realizan en este medio de transporte) sin recorrerla en bici. Aquí las bicis son las reinas, hay un carril bici que recorre toda la cuidad de punta a punta y son respetadas por transeúntes y vehículos sin excepción. Es un momento hygge usar este medio de transporte que tanto me gusta para movernos por Copenhague.

La bici y nuestras agotadas piernas nos llevan hasta el Palacio de Rosenborg, el último que nos faltaba por ver. Fue la residencia de verano de la monarquía danesa pero no se utiliza para tal fin desde el siglo XVII y, a día de hoy, es un museo que alberga las joyas de la corona.

También tenemos ocasión de ver la Torre Redonda o Rundetarn, impresionante y desde donde se pueden observar las vistas de una ciudad tan plana como Copenhague. Os confieso que nosotros no subimos pues llegamos a punto de anochecer y en una tarde bastante oscura.

Y tras anochecer no se nos ocurre mejor plan para terminar la tarde que la Gliptoteka NY Carlsberg, un edificio impresionante que alberga la exposición de la que es dueño un descendiente de la familia cervecera.

Tiene algunas obras interesantes de artistas daneses e incluso algunas impresionistas, además de esculturas de Egipto, Roma y Grecia. La entrada nos permitió estar a salvo del frío durante un rato y ver en persona El Beso de Rodin, solo con eso ya mereció la pena, lo demás fueron extras.

Maravillaos con esta obra de arte en mármol que representa a los amantes de la Divina Comedia de Dante, controvertida por ser la mujer quien seduce al hombre y porque Rodin prescinde de las perfectas proporciones para dar un mayor dramatismo a la obra y transmitir así la pasión de este amor prohibido. Igual os podéis imaginar el por qué me gusta tanto, además de lo evidente. Más hygge.

Terminamos la noche en el barrio rojo de Copenhague entre tiendas eróticas, salas de striptease y locales de alterne para descubrir, una vez más, el espíritu de libertad que se respira en esta cuidad. Nada reseñable del barrio pero creo que es necesario verlo para hacernos una idea más completa de ella.

Y la tarde de hoy, antes de volver a casa con los bolsillos llenos de hygge, la hemos dedicado a volver a recorrer los lugares que más han significado para nosotros estos días y que no os había podido enseñar hasta ahora. Por este orden, os presento la Plaza del Ayuntamiento y la calle Stroget, siempre tan concurridas y con tanta vida.

Y mi último recuerdo y último momento hygge es en Nyhavn que por supuesto no es una elección al azar. Rodeado de restaurantes de comida tradicional danesa, Nyhavn nos ofrece la posibilidad de probar, justo antes de irnos, un poco de la comida típica. Probamos el smorrebrod, una especie de tosta con una variedad enorme de ingredientes encima.

También especial mención para los postres, muy típica la tarta de manzana (derecha en la foto) y un postre de Navidad que es una suerte de arroz con crema y almendras bañado en salsa de frutos rojos (izquierda en la foto). Al preparar este postre esconden una almendra entera en él, quien la encuentre tendrá suerte durante el año siguiente. Tendré que probar más veces porque esta vez la almendra no apareció 😞.

Y mientras tomábamos estos manjares, la luz se va apagando por última vez en Copenhague y la encantadora camarera enciende el fuego de la chimenea. Esa sensación que no sé si puedo transmitiros con mis palabras, es el hygge.

Hay lugares que te roban un poquito de alma y, desde ese momento, van contigo para siempre. Copenhague y su Nyhavn es uno de esos lugares para mí así que yo también me llevo un poquito de ellos a casa.

Tak, Kobenhavn.

Y mi dedicatoria de esta y todas las entradas de este finde largo es para mi amigo, compañero, familia y marido. Aunque «tenemos que aprender» a hacer los dúos mejor, gracias por tantas risas entre Kakadú, Lolo y Naviyiyi. Un brindis con cerveza Vesterbro en nuestro bar, nuestra ciudad y sonando de fondo «El hombre del piano», momento hygge sin duda, por todas las risas de este viaje, las de nuestro día a día y por todas las que vendrán.