No todas las coronas son iguales… En estos días estamos viviendo en España y en el mundo una realidad casi apocalíptica con noticias cada vez peores, encerrados en nuestras casas, separados de los nuestros y con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas preguntándonos si en algún momento nos tocará vivirlo de cerca. Esta vez, esta corona, lejos de darnos alas, nos las ha arrebatado de forma violenta y sin contemplaciones. El paseo que hasta hace un par de semanas no valorábamos, ahora nos resulta bucólico; ese beso que dábamos para saludar a alguien querido, a veces desganado, hoy es un sueño inalcanzable; y así con miles de pequeñas cosas que nos hacían ricos sin que lo supiéramos, hasta que la vida nos ha obligado a parar para recordarnos cruelmente lo que es verdaderamente importante.
En cambio, esta corona sí tiene algo en común con la mía y es que, si escuchamos lo que nos tiene que decir, podemos aprender mucho de ella y dar un giro de volante a este bólido que iba a 300 por hora sin frenos por una carretera que llevaba a ninguna parte, teniendo como pasajeros a nuestra sociedad y a nuestra parte más humana.
Como sociedad, podemos aprender a valorar este planeta que tanto nos da y tan poco cuidamos y que, en unos pocos días sin la masificación y la contaminación a la que lo sometemos a diario, ha empezado a dar síntomas de florecer. También debemos, que no podemos, aprender a proteger entre todos la Sanidad pública, no es suficiente el espíritu de los aplausos en los balcones cada tarde a las 20 horas si va a caer en el olvido cuando todo esto termine; tenemos que seguir saliendo al balcón para cuidarla porque es la garantía de nuestro bienestar. Hemos aprendido que el teletrabajo funciona y que estar cautivos obligatoriamente, ya sea en una oficina o en nuestros hogares, nunca será un método eficaz para que las cosas funcionen bien. Y por supuesto, tenemos que aprender a devolver a las personas el papel que les corresponde, en el centro de esta sociedad, pues habíamos olvidado que son las protagonistas absolutas de nuestro mundo y que, cuando las personas están en peligro, todo lo demás no importa.
Con respecto a nuestro lado humano, hay un sinfín de aprendizajes bonitos que podemos extraer de esta circunstancia. Hemos desarrollado, casi de forma instintiva, un sentimiento de comunidad que nos hace estar unidos, a pesar de no poder estar cerca ni tocarnos, y debemos guardar a buen recaudo ese sentimiento, aplicarlo en nuestro día a día y fomentarlo para no caer continuamente en ese egoísmo que ha sido, entre otras cosas, el que nos ha traído aquí pues, mientras otros países ya estaban luchando contra esto, mirábamos hacia otro lado. Creo que tenemos que hacer una retrospectiva interna de aquellas cosas que realmente más echamos de menos y ponerlas en el lugar que les corresponde, me atrevo a vaticinar que en la mayor parte de los casos no serán grandes aspiraciones sino cosas pequeñas que normalmente siempre estaban ahí y por ello no hemos sabido darle el valor que tenían. También podemos ir un poco más allá y ver la fuerza que hay dentro de cada uno de nosotros, que nos ha llevado a adaptarnos a esta circunstancia de la mejor forma que hemos podido y, a pesar de que un día sea igual al anterior e igual al siguiente, hemos sacado la energía para emplear nuestro tiempo de la mejor manera posible, dentro de todas las limitaciones, y seguir saliendo al balcón a aplaudir y gritarle a esa corona que no va a poder con nosotros. Y en mi podio, la última cosa que podemos aprender es a ensalzar la libertad y ese sabor tan dulce que tiene el poder caminar sin miedo, algo de lo que este país ha aprendido mucho a lo largo de su historia pero que, de nuevo, habíamos guardado en un cajón y nos habíamos olvidado que, sin eso, no somos más que unos fantasmas que vagan atados a su bola de presidiario.
Esta corona nos ha salido un poco rebelde y está costando vencerla pero la victoria llegará y, cuanto más dura sea la batalla, más saborearemos el éxito, aunque por el camino estemos perdiendo muchos soldados, a los que ni siquiera estamos pudiendo despedir con los honores que merecían. Pero vamos a ganar y en nuestra mano está que su memoria nos sirva para sentar las bases de una sociedad mejor, construida por humanos mejores de lo que éramos antes de esta hecatombe.
Y si tengo que hablar de mí, mis grandes aspiraciones son poder volver a abrazar a mis padres, sabiéndolos por fin a salvo de esa inmunda corona, algo que se extiende a toda la gente que quiero y a los que siento como una piña estos días, y por supuesto un paseo infinito con mi Moana bajo el sol primaveral, esta vez sin más limitación que lo que aguanten nuestras piernas. Mi pequeña familia de cuatro patas están siendo mi aliento estos días, esa sonrisa asegurada, incluso cuando la corona se cae y solo pueden sentarse a mi lado para demostrarme que ellos están ahí conmigo.
¿La otra corona? Se acabará cayendo. Mientras tanto, mantengámonos ocupados y dediquémonos tiempo, ese que luego siempre falta para hacer las cosas que nos gustan. Dediquémonos a estar muy cerca estando lejos y hagamos crecer ese sentimiento de preocupación sincera por los demás y, cuando hayamos reducido esa corona a cenizas, que lo haremos, podremos volver a ponernos la nuestra y, con la cabeza bien alta, ir corriendo a abrazar a los nuestros sintiéndonos mejores de lo que éramos antes. Ánimo, fuerza, energía y nos vemos muy pronto ahí fuera. Hasta entonces, #yomequedoencasa.