Shukran Tanger

Hay cosas que llevan su tiempo y otras que el tiempo se lleva. Lo que no se ha llevado es el enganche a esta sensación de aterrizar en un país donde no sabes qué te espera, esta sensación deliciosa que es una mezcla entre inquietud y curiosidad. Ha llevado su tiempo volver a sentirla, eso sí, pero ahora que ha vuelto espero poder disfrutar de ella en muchas otras ocasiones.

Este finde especial en el que celebro de nuevo otra vuelta al sol, he experimentado esa sensación recorriendo Tánger.

Vista de Tánger

Nuestra aventura comienza en la medina de Tánger y su kashbah, donde tenemos nuestra riad para empezar a imbuirnos de la cultura marroquí. Salimos sin rumbo concreto a dar una vuelta por la medina y la vida que hay en las calles de Tánger nos arrolla sin remedio, nos dejamos llevar por las callecitas sin fin, por los olores a especias, el colorido de los puestos en la calle… y si, nos convertimos en carne fresca para los marroquíes que quieren que entres en su tienda a toda costa o que se convierten en guías improvisados buscando una propina.

Degustamos su cous-cous, nos dejamos agasajar con los fantásticos tejidos que fabrican manualmente en los telares y los maravillosos aceites de plantas, probamos té a la menta…en un intento por hacer una inmersión exprés en la cultura marroquí. Ahora sí, ya estamos preparados para recorrer la ciudad desde otro punto de vista. Vamos allá!

Llegamos el día clave en Tánger ya que es el día de mercado berebere pero además el viernes es el día propio para comer el cous-cous. Por estos 2 motivos, la ciudad está en completa ebullición y resulta caótica en una primera vista.

El caos llega a su máximo exponente en el mercado tradicional de la medina, donde los turistas nos mezclamos con los marroquíes comprando fruta, carne o pescado.

Entrada a la Medina de Tánger
Mercado tradicional de Tánger

Y siguiendo con el caos, llegamos hasta la Plaza del 9 de Abril, de los pocos lugares de la Medina donde pueden acceder los coches y por ello el tráfico se entremezcla con la gente paseando, vendiendo, trapicheando en un caos perfecto donde sientes, no sabes por qué, que todas las piezas encajan como si se tratara de un puzzle. En esta plaza encontramos el famosisimo Cinema Rif, el antiguo cine de Tánger, a día de hoy reconvertido en una terraza en la que tomar algo mientras observas la vida de la plaza.

Plaza del 9 de Abril
Mezquita de Tánger
Cinema Rif

Seguimos por la Kashbah, esto es, la zona amurallada de la ciudad y que está en la parte más alta. Desde el puerto mirando a la kashbah, nos parece una auténtica maravilla pero, a medida que te adentras en ella, la sensación va creciendo según vas encontrando rincones y calles adorables, además del mirador desde el que deleitarte con la vista del puerto, tanto de día como de noche.

Vista de la kashba desde el puerto
Vista del puerto desde la kashba
Vista nocturna del puerto desde la Kashba

Un imprescindible en la visita a la Medina de Tánger y su kashbah es el Hotel Continental. Uno de los principales hoteles en el centro cultural que tiene una parte de museo visitable y muy recomendable porque es muy bonito, pero además ofrece una de las mejores vistas del puerto de Tánger.

Nos aventuramos a alejarnos un poco del centro de Tánger para ir a visitar el Cabo Spartel, un lugar increíble donde la naturaleza y el mar son los protagonistas pero que es famoso por ser el punto en el que se encuentran el Atlántico y el Mediterráneo.

Cabo Spartel

Después tuvimos ocasión de montar en camello en una playa de arena fina espectacular (esta vez, Atlántico). Mi querida Nadia, que así se llamaba la camella, me hizo pasar un rato fantástico para no olvidar.

Para rematar la mini excursión, visitamos la Cueva de Hércules. Una maravilla de la naturaleza que ha construido el mar erosionando sobre la roca calcárea, dejando una abertura por la que se puede observar el mar y una de las más maravillosas puestas de sol (os recomiendo acertar con la hora de la visita, al atardecer). Debe su nombre a que la erosión del mar ha dejado en una de las rocas dentro de la cueva, una forma de cara que dicen se parece a Hércules.

Cueva de Hércules

Un poquito de descanso y disfrutar la noche tangerina en una de sus innumerables terrazas donde puedes conocer gente de diversas nacionalidades, fumar, beber té… en un ambiente de lo más chill.

Ya con las energías renovadas, nos vamos a conocer Chefchaouen, a unas 2 horas de la ciudad de Tánger pero sin duda merecedor del paseo para conocer este peculiar pueblito en la montaña cuyos habitantes han convertido en una auténtica belleza que no os dejará indiferentes. Son ellos quienes se ocupan de pintar de azul y decorar cada calle del centro histórico y el resultado es espectacular. No hay foto fea que puedas hacer en Chefchaouen.

Calles de Chefchaouen
Calles de Chefchaouen
Calles de Chefchaouen
Calles de Chefchaouen
Calles de Chefchaouen
Vista de Chefchaouen

Y así finaliza esta pequeña aventura con todos los checks hechos y un año más a la espalda. Esta vez, la dedicatoria va para alguien desconocido pero que ha convertido nuestro viaje a Tánger en algo mejor y a todo aquello que sume, siempre hay que estarle agradecido. Gracias a Mohamed, nuestro ángel de la guarda en este viaje, por cuidarnos, por enseñarnos un poco de su país, por los regalos, las siestas, las risas… pero sobre todo gracias por recordarme lo privilegiada que soy y por hacerme creer un poquito más en el ser humano. Salam amigo, ojalá tengas toda la suerte que mereces!

Sardegna la piú grande

Esta vez  me he saltado a la torera mis propias normas, que para eso son las normas, y no escribo esta entrada «en directo» sino ya desde la comodidad de mi hogar. Este viaje ha sido algo distinto por 2 razones: en primer lugar, porque no ha sido tan aventura como me tengo acostumbrada, en segundo, porque me prometí a mí misma desconectar de todo para que el brillo volviera a brillar y esto incluía al ordenador. Si hace unos meses os hablaba de un viaje especial a Oporto porque suponía salir de la frontera de España más de dos años después, esta vez os hablo de otro también especial porque se trata de ‘il ritorno’ a mi Italia, una Italia desde una perspectiva distinta a la que conocía hasta ahora, menos cultural, más relajada, pero siempre sorprendente.

Cerdeña es una isla que limita al norte con Córcega, al este con el mar Tirreno, y al suroeste con el mar Mediterráneo pero además de ser una isla constituye por sí misma una de las 20 regiones italianas y, no solo eso, se trata de la tercera región más grande de Italia (después de Sicilia y Piamonte) pero a la vez, una de las más despobladas del país. Esto os puede servir para haceros una idea de que se trata de un vasto territorio con muchísima naturaleza y agua, pero poca gente. Es imposible recorrerse la isla en unos días de vacaciones así que yo me he centrado más bien en la parte suroeste de la isla, con nuestro centro de operaciones situado en Iglesias. Cerdeña cuenta con su propio variante del italiano, el sardo, también su propio emblema del que luego os hablaré, su propia comida típica de la que también hablaremos luego y en definitiva su propia ideosincrasia. Voy a intentar que la conozcáis un poquito o, al menos, que tengáis una ligera idea de lo poquito que yo la he llegado a conocer.

Nuestro viaje arranca en Barcelona en un ferry de Grimaldi Lines para recorrer los 530 kilómetros que separan Barcelona de Porto Torres, el puerto de pasajeros más importante de Cerdeña. Tardamos unas 12 horas en recorrer de noche el Mediterráneo, toda una experiencia que además he podido compartir con mi fiel compañera, mi perrita Moana. Seguro que os preguntaréis si nos mareamos, nosotros un poco, ella como si hubiera ido en barco toda su vida. Al barco no le falta detalle para hacer de la travesía algo entretenido aunque, como todos los transportes en mi opinión, se hace pesado. Llegamos a Cerdeña y nos atravesamos la isla de norte a sur para llegar hasta Iglesias, haciendo una parada en el encantador pueblito de Bosa para irnos metiendo de lleno en la cultura sarda.

Una vez instalados, decidimos probar el encanto por excelencia de Cerdeña, esto es, las playas. No existe playa fea en Cerdeña (o al menos yo no la he conocido), todas son bonitas y encantadoras haciendo unos juegos con los colores azules como nunca había visto. Las hay de arena, rodeadas de pinos, con rocas, de piedrecitas pequeñas, con algas y más de las que os imagináis tienen ruinas fenicias dentro de la propia playa, pero todas combinan a la perfección el paisaje con el azul celeste de sus aguas y todas son una maravilla. Mención especial merecen las playas de perros, muy habituales en Cerdeña y por lo general muy cuidadas además de tener todos los servicios para que puedas pasar un rato divertido con tu peludo.

La otra gran fortaleza de Cerdeña son las grottas por su naturaleza calcárea hay muchas cuevas a lo largo de toda la isla y es por ello que Cerdeña ha sido un importante centro minero. Tuvimos ocasión de visitar la Grotta de San Giovanni, que es una de las galerías naturales más grandes de Europa con sus 850 metros de longitud que tuvimos ocasión de recorrer a nuestro aire y con Moana que, de nuevo, parecía acostumbrada a ver cuevas en su día a día.

También pudimos visitar la cueva de Porto Flavia, una mina excavada directamente en un acantilado pegado al mar, donde iban a parar los minerales de las minas de la isla, fundamentalmente de plata y zinc, para cargarlos en barcos y desde allí distribuirlos a toda Europa. Un ingeniero diseñó la obra maestra que hoy se puede visitar con un innovador sistema a través del cual se eliminaba el trabajo manual y todos los materiales que llegaban se almacenaban en silos desde los que la maquinaria los transportaba directamente a los barcos que había esperando en el mar. Esta obra de ingeniería supuso en 1923 que los trabajos de transporte de minerales que antes llevaban más de un mes, a partir de la innovación en Porto Flavia se tardaban a penas unos días. Es impresionante visitarla (y un poco claustrofóbico, para qué os voy a engañar) y conocer su historia. Así como impresionantes son las vistas desde la mina hacia el Mediterráneo con el Pan di Zucchero (Pan de azúcar) decorando el mar. El Pan di Zucchero es uno de los farallones más grandes del mundo y servía como barrera natural para el viento y las mareas para proteger los baros que atracaban bajo Porto Flavia esperando su mercancía.

No contentos con haber visto Porto Flavia por dentro, nos lanzamos a recorrer la bahía de Masua en lancha para contemplar la mina desde el mar y ver de cerca el Pan di Zucchero, incluso meternos en una de sus cuevitas para maravillarnos con otra versión del celeste del mar al introducirse la luz bajo la cueva y reflejarse sobre el agua. Sin duda, mereció la pena.

Un último vistazo al mar desde la Passeigata del belvedere di Nebida, como su propio nombre indica un paseo muy agradable de un kilómetro recorriendo los acantilados para contemplar de nuevo los azules del Mediterráneo.

Dejando a un lado lo maravilloso del mar y las cuevas de Cerdeña, os quiero enseñar algunas de mis vistas favoritas del que ha sido nuestro centro de operaciones: Iglesias. Un pueblo encantador con mucha vida y del que cabe destacar los paraguas de colores que impregnan de alegría sus tradicionales callecitas llenas de bares y tiendas. No he logrado descifrar el porqué de esta peculiar decoración pero es que, a veces, la vida tiene cosas bonitas que no necesitan explicación.

También tuvimos ocasión de visitar Cagliari, la capital de Cerdeña, una ciudad señorial de calles anchas y edificios de estilo neoclásico que cae sobre el mar. Debido a su altura, está plagada de miradores desde los que poder contemplar la ciudad de un punto de vista diferente.

Casi por último, no podía faltar, un poquito de historia para hablaros del emblema de Cerdeña. Seguro que muchos no sabréis que, desde aproximadamente 1300 Cerdeña fue un reino de la Corona de Aragón aunque mantuvo cierta autonomía hasta la unión de las coronas de Castilla y Aragón gracias a la unión de los Reyes Católicos. Desde entonces y hasta el Tratado de Utretch, que supuso el fin de la Guerra de Sucesión española (1713), Cerdeña fue un reino perteneciente a España. Poco después, en 1720, la corona de Austria cedió el reino de Cerdeña a la casa de los Saboya a cambio de Sicilia y así el destino de Cerdeña se unió a Italia hasta el día de hoy. Antes de todo esto, siendo Cerdeña aún española, ésta participó activamente en la batalla de Alcoraz contra los moros por la conquista cristiana de Huesca, por lo que Pedro I de Aragón cedió este emblema conocido como «los cuatro moros» a la isla que, a día de hoy, lo mantiene pero también sigue siendo uno de los cuatro emblemas que figuran en la bandera de Aragón.

No me quiero despedir de esta tierra sin hablar de la gastronomía. Pasta, si. Pero una variedad de pasta en la que predomina el mar (pescado, marisco, botarga…) así como la tierra (calabacin, patata, tomate, calabaza…) acompañado por el sabor intenso del queso pecorino, típico de Cerdeña. Además, no se trata de cualquier pasta, sino de variedades muy específicas que son las más propias de la isla: los culurgiones, con forma de concha y rellenos de los deliciosos sabores de la isla, y los pacheri, una suerte de macarrones enormes que están deliciosos. Puedo decir que en Cerdeña he probado la mejor pasta que he comido nunca: unos pacheri con crema de pecorino y polvo de jamón ibérico (aquí se nota la influencia española).

Con el recuerdo de estas delicias en la boca me despido de Cerdeña y pongo fin a las vacaciones. Espero de todo corazón que el espíritu sardo me haya llenado de fuerza para volver a la batalla del día a día, en la mejor de las compañías, como en este viaje, siempre. No os despistéis que Septiembre viene viajero y ya sabéis que esta sensación de volar, es adictiva. Ciao Sardegna, hasta que volvamos a encontrarnos, a mi querida Italia.

Antigua, muy noble, siempre leal e invicta ciudad de Porto

Esta es la primera vez que viajo fuera de la frontera de España post pandemia y, como todas las primeras veces, por ello es especial. Han sido dos años soñando con que llegara ese momento de volver a sentir este gusanillo y es una ocasión señalada para mí. Además, le debía una a Oporto, como a todos los lugares a los que debo un trocito de mí misma pero que pasaron por mi vida antes de la creación de este espacio.

Oporto, Porto o Portus Cale como la llamaban en sus inicios los romanos, es una ciudad creada en torno al río Duero, que ha abastecido y enriquecido a este lugar durante toda su existencia. Conocida por su vinho, quizá algo menos a quien no la haya visitado por ser la alegoría hecha ciudad de un perfume de esos carísimos, que se presenta en un frasco pequeño pero que condensa en ese poco espacio un montón de maravillas a ofrecer.

Porto fue regalada al obispo y por ello durante muchos años la figura del obispo ha ostentado el poder sobre la ciudad. No es de extrañar pues, que arranquemos nuestra visita en la colina presidida por la majestuosa Catedral y el Palacio Episcopal.

Vista de la Catedral y el Palacio Episcopal desde el mirador de la Victoria
Vista enmarcada de la catedral desde una callejuela de Oporto

En cambio, si algo me gusta especialmente de Oporto es ese espíritu rebelde que impregna la ciudad y su historia, así que me vais a permitir que avance en la visita que hemos hecho para presentaros la colina del Olival, en el lado opuesto, y que respira belleza y rebeldía por cada rincón.

En esta colina del Olival se encuentra la moderna Universidad de Oporto, por lo que no es de extrañar encontrar jóvenes con capas negras que parecen salidos de Howgarts haciendo méritos, como pacientes mártires, soportando las novatadas para ser considerados miembros de alguna de sus hermandades. Y siguiendo con la inspiración de Harry Potter, al lado de la universidad también se encuentra la famosísima librería Lello, donde no pudimos entrar esta vez porque debido a su fama tiene unas colas para acceder que no cabían en nuestro finde exprés.

Además de otras muchas maravillas, en esta colina del Olival también nos vamos a encontrar con la Iglesia de los Clérigos, de estilo barroco rococó que en su día albergó, además del santuario, un hospital para los más desfavorecidos. Bajo la firma de un desconocido Nicolau Nasoni, este edificio es un deleite, y tanto fue así que Nasoni se convirtió en el arquitecto más famoso y más demandado de Oporto, incluso a pesar de que este trabajo lo hizo sin cobrar. La iglesia está coronada en su parte trasera por la Torre de los Clérigos, que se convirtió en faro de Oporto ya que era tan alta que podía verse no sólo desde cualquier punto de la ciudad sino también desde el río Duero para los navegantes. Esta torre y la plaza en la que se ubica, plagada de las típicas casas con la fachada de azulejos de colores, se ha convertido en mi lugar favorito en Oporto.

Mi rincón favorito de Oporto
Iglesia de los Clérigos

Una vez presentadas las dos colinas que constituyen, de forma natural, los límites laterales del centro histórico de Oporto, os voy a hablar de todo lo que hay en medio, que es muchísimo.

Voy a empezar por la maravillosa estación de Sao Bento, construida a principios del siglo XX una vez pudieron «deshacerse» de las últimas monjas que habitaban el convento que había en su lugar.

Estación Sao Bento

Las monjitas en cuestión fueron muy longevas y no podían echarlas hasta que la última de ellas muriera, de ahí que se cuente que los trenes llegaban a Oporto como si no llegaran a ninguna parte porque vías si había, pero estación aún no. Así lo reflejan las historias sobre la ciudad pintadas en los clásicos azulejos portubenses que decoran el bellísimo vestíbulo de Sao Bento.

Vestíbulo estación Sao Bento

Porto está plagada de cuestas. No deja de ser una ciudad que cae en cascada hasta el río Duero y nuestros gemelos están sufriendo las consecuencias. Avanzamos desde Sao Bento en busca del Duero y lo hacemos por la preciosa y siempre animada Rua das Flores.

Una curiosidad: todas las calles hacen honor a la profesión que más se daba en ella, en el caso de las Flores no es así; esta calle no estaba plagada de floristas sino de joyeros que, para llamar la atención de sus clientas, lo hacían decorando sus bonitos escaparates llenos de dorado con flores.

Bajando la Rua das Flores durante un rato de cuesta abajo, vamos encontrando edificios tan bonitos como el Palacio de la Borsa.

Palacio de la Borsa

Poco después de la Borsa aparece ante nosotros él, el verdadero protagonista de esta ciudad: el río Duero y su Ribeira. Es una zona llena de magia y ambiente, plagada de bares donde comer el típico bacalao de mil formas cocinado así como las riquísimas francesinhas (un poquito después os hablo de ellas), además de por supuesto degustar el famoso vinho do Porto mientras se disfruta de unas vistas maravillosas del río, sus 6 puentes y Vilanova de Gaia, la ciudad justo al otro lado del río.

Vista desde la Ribeira a Vilanova de Gaia

Con más ganas de seguir explorando las vistas que nos ofrece el Douro, cruzamos el Ponte de Luis I, que de los 6 puentes a mí me ha parecido el más encantador. Os podéis imaginar que el paisaje desde lo alto de este puente es sobrecogedor.

Vista de Porto desde el Ponte de Luis I

Llegamos con la boca abierta a Vilanova de Gaia para descubrir que, además de poder contemplar Oporto de otra perspectiva desde allí, parte de la diversión que nos quedaba por ver está aquí, al otro lado del río.

Muy recomendable hacerlo a la hora de comer para probar en el mercado Beira-Río algunas viandas y bebidas portuguesas así como algunas portubenses, por ejemplo las tripas al estilo de Oporto (deliciosas!). Después de llenar los buches, es buen momento para probar el vino de Oporto que, por ser un vino dulce, se utiliza para el postre o la sobremesa. Podéis hacerlo como nosotros en alguna de las más de cien bodegas que hay concentradas en este lado del río, nosotros optamos por la bodega Poças, más pequeña y familiar, pero muy bonita e interesante. Allí aprendimos que ese sabor dulce de este vino se consigue rompiendo el proceso de transformación del azúcar de la uva en alcohol añadiéndole aguardiente, de ahí que sea tan dulce y con una gradación alcohólica tan elevada.

Barricas bodega Poças
Paleta de color de los diferentes vinos de Oporto

Y cuando creíamos que ya no podíamos sorprendernos más, de repente la suerte del turista vuelve a hacer de las suyas y nos lleva, totalmente de chiripa, a cenar A Regaleira, que resulta ser el lugar originario donde se creó en 1952 el plato por excelencia de Oporto, esto es, la francesinha. Para quien no haya tenido el placer, se trata de un sandwich de cerdo, salchicha, jamón york y mortadela cubierto por queso fundido y regada con una salsa picante que en este lugar aprendimos que hace honor a las mujeres francesas, de quienes Daniel David da Silva recién llegado de Francia y creador de este plato, se había enamorado profundamente. El plato es una bomba pero una bomba deliciosa. No hay foto, subir las cuestas de Oporto da mucho hambre y no he sido capaz de esperar ni un segundo a sacar imágenes de ninguno de los platos que me han puesto delante. 🙂

Ha habido miles de curiosidades, de historias y de rincones preciosos pero no quiero extenderme más. Tengo una curiosidad y una dedicatoria que hacer antes de terminar.

La curiosidad es la historia de Hazul, un artista callejero que ha llenado la ciudad de unas obras bellísimas. En su afán por limpiar la cuidad, el equipo de mantenimiento del ayuntamiento hizo desaparecer una de esas obras con pintura blanca y esto desató una guerra entre los asesinos de la brocha blanca y los artistas del spray en la que los segundos se organizaron tan bien para defender la obra de su colega Hazul, que provocaron que el ayuntamiento se gastara una ingente cantidad de dinero en cubrir una y otra vez lo que ellos pintaban. Si no puedes con el enemigo, únete a él. Gracias a esto, hoy Oporto cuenta con una de las mejores regulaciones de Europa con respecto al arte callejero. Una muestra más del espíritu portubense, siempre invicta!

Obra de arte callejero de Hazul

Y la dedicatoria va para mi compañero de viaje, y de vida. Esta también ha sido una primera vez para él y no sé si sabe la enorme ilusión que me hacía ser, de alguna manera, su «guía» en esta experiencia. Por todas las primeras veces que están por llegar, que es el único brindis que nos ha faltado en este viaje 😉

No soy la musa, soy la artista

No soy la musa, soy la artista. No soy una princesa, soy la reina. No pretendo cambiar nada de mi físico, solo me esfuerzo por hacer crecer mis alas. Tengo miedos pero los supero, me gusta ponerme retos que me empujen más allá del miedo. Me gusta el sexo, los coches y el baloncesto. Me gusta ponerme guapa por y para mí. Soy una mujer “rara” y también soy la que hace lo que le da la gana porque hoy soy así porque me he creado a mí misma recopilando cada una de esas pequeñas cosas que me hacen ser más yo que nunca.
Y en este día especial por muchos motivos, esta mujer rara, a pesar de tener la suerte de estar rodeada de mujeres que me inspiran a ser cada día más libre y cada día más yo, yo me acuerdo más que nunca de él, de mi padre.
Mi padre es de esos hombres que, según algunas voces, no pintan nada en esto del feminismo. Pero es él una de las personas que más me ha enseñado sobre él. Fue él quien se empeñó en que estudiara inglés e informática desde muy pequeñita, porque para él era vital que yo supiera manejar lo que iba a ser el futuro y que hablara un idioma que me iba a valer para desenvolverme en cualquier parte del mundo.
He salido, he disfrutado, he bailado y he vuelto a casa hablándole alguna vez de algún “amigo especial” y su contestación siempre era la misma “disfruta, pero siempre con cabeza que los actos tienen consecuencias”. Nunca me ha preguntado “¿para cuándo los nietos?”, no porque no le gustaría, sino porque entiende que es mi decisión y la respeta.
También fue él quien me regaló mi primer coche cuando tuve el carnet, para que no tuviera que depender de nadie para llegar a casa. Ha seguido, años después, impulsándome cada vez que quería un coche nuevo porque “el coche te da mucha independencia”. Recurrí a él cuando quise comprarme mi casa, con una sola propietaria en la escritura, me ayudó en lo que pudo porque estaba encantado con la idea de que, pasara lo que pasara, mi casa sería mía y de nadie más.
Ha celebrado como nadie mis logros profesionales y yo me he sentido satisfecha de poderle devolver algo del orgullo que yo siento por él. Pocas veces le he oído hablar de lo guapa que soy (porque para él soy la más guapa del mundo, claro) porque para él siempre ha sido más importante quien soy y lo que he ido consiguiendo. Y si no lo conseguía, ahí estaba él para recoger los pedazos.
Mi pasión por los viajes me la inculcó él, llevándome desde muy pequeña con él y fomentando ese gusanillo que te pide ver más allá de una frontera o una bandera. Llegado el momento, entendió que debía echarse a un lado e impulsarme a conocer el mundo por mí misma. Cuando di el paso de querer viajar sola, se le veía ilusionado con saber los lugares que iba a recorrer. Se tragó las lágrimas y la preocupación pero me llevó de la mano hasta el control del aeropuerto y apenas me pudo susurrar al oído un “vuelve entera, que eres todo lo que tengo”.
Además de rara, soy una rebelde. Y me rebelaré siempre que me quieran poner una cadena, un sambenito o quieran encajar mi vida en un convencionalismo social. Y también me rebelaré siempre que me digan que el feminismo es una cosa de mujeres.
Feliz 8 de marzo, feliz día de la mujer.

Bienvenido 2021

Un año movido, un año turbio, un año asqueroso,… no podía ser de otra forma pues, en el calendario chino, este es el año de la rata. Adiós 2020, vete y no se te ocurra volver.

Empecé el año de la mejor manera posible, con la ilusión de un viaje por mi Italia, sin saber que sería el último en mucho tiempo. El primer batacazo del año llegó pronto, perdimos a Tigre y con él no solo se fue mi gato, también una parte de mí y de mi familia que cada vez nos cuesta más rescatar para recordarnos que hubo tiempos mejores, tiempos muy buenos, tiempos felices.

Poco después, un aciago efecto mariposa nos cambió la vida a todos. Un proverbio chino en el que se basa una teoría física muy cinematográfica dice que cuando una mariposa bate sus alas se puede sentir su efecto al otro lado del mundo. Pues bien, esta vez no fue una mariposa sino un murciélago en Wuhan que transformó nuestro mundo y cambió nuestro destino. Llegó la maldita pandemia y, con ella, el confinamiento domiciliario que lo tiñó todo de un gris muy triste. Las calles estaban tristes y vacías, los días los recuerdo siempre nublados, veía imágenes de lugares que había visitado en mis viajes y no quedaba ni rastro de la animación que recordaba en ellos. Intentaba ocuparme en mil cosas para no tener ocasión de pensar pero la más mínima mala noticia se tornaba una debacle emocional que me derrumbaba sin consuelo. Y me levantaba. Y seguía. Y me ocupaba. Pero de nuevo venía la cuesta abajo y otra vez vuelta a empezar.

Este ha sido el año en el que hemos aprendido el auténtico significado de «echar de menos» , echar de menos desde lo más insignificante hasta lo más importante. Porque he echado de menos hasta doler a toda la gente que quiero, recuerdo con una mezcla de ternura y tristeza a mi madre diciendo, después de dos meses sin vernos, que nunca habíamos estado tanto tiempo separadas. Pero también echar de menos el cine, los paseos, los viajes, los abrazos, ver el mar, probar comidas ricas, las excursiones, los besos, los conciertos, el teatro, las largas conversaciones post comilona… Y un largo etcétera.

También ha sido el año de aprender a vivir con miedo. Un miedo que te paraliza ante la posibilidad de que ese maldito virus pueda siquiera rozar a alguna de mis personas favoritas y ya no haya ocasión recuperar todo el tiempo que hemos perdido este año. El miedo a que las consecuencias económicas afecten a nuestro trabajo, como así ocurrió con el mío durante el estado de alarma (por suerte, solo un daño colateral). Miedo a no saber qué vendrá. Miedo a no recuperar jamás todo aquello que me hacía feliz y que nos ha sido arrebatado. Miedo a la soledad. Miedo a salir de casa. Miedo a no poder estar donde haces falta y miedo a no estar donde quieres estar. Y otro largo etcétera.

Pero por encima de todo ha sido el año de las limitaciones para absolutamente todo y, con ellas, esta sensación tan desagradable de tener que estar midiendo cualquier cosa que quieras hacer. Jamás pensé que fuera a vivir cosas como un estado de alarma, toques de queda, restricciones de movilidad, confinamientos, usar salvoconductos para ir a trabajar o tener que dar explicaciones por cosas tan sencillas como pasear a mi perra, ir a la compra o visitar a mis padres. Hemos puesto unos grilletes muy pesados a la libertad en aras de la salud, no había otra opción, pero después de muchos meses arrastrándolos, esos grilletes cada vez pesan más. Porque la vida se trata de vivir, si, pero también de sentirse vivo.

Y, desgraciadamente, a pesar de todo, hay personas que siguen sin aprender nada. Hace unos meses hablaba de que tal vez esta experiencia serviría para poner en el centro de todo a las personas, ocupando el papel que les corresponde, pero tras un año de malas noticias, de desgracias, de muertes y con todo ello la evidente necesidad de estar más que nunca ahí los unos para los otros, aun hay quienes no entienden de la vida porque no saben, porque no quieren o porque en lugar de corona se han puesto un casco para no dejar entrar la luz que irradiamos los que nos atrevemos, no vaya a ser que les deslumbre. Porque si, entre todo el cargamento nocivo que traía este año de serie, había que añadirle algún que otro componente tóxico, no vaya a ser.

A pesar de todo, gracias. Por obligarme a parar para dedicarme tiempo a mí misma, por regalarme todos esos ratos para disfrutar de mis bichitos, por dejarme sola en la batalla con mis dragones, a los que he demostrado una vez más que puedo ganar por más fuego que escupan, por forzarme a reordenar mis prioridades y poder dar así un paso más allá para saber lo que quiero en mi vida, pero sobretodo lo que no.

Y por último, os quiero hacer un regalo de fin de año y compartir con todos vosotros mi vibrante emoción ante cada reencuentro, los ha habido de todos los tipos y colores, pero cada uno de ellos ha sido tan especial, aún con mascarilla, que ha dejado una huella hermosa de la que no me quiero olvidar en esta noche. Con ellos, con ellas, con él, con ella…no necesito dar nombres porque saben de sobra quiénes son ya que, aunque no podían ver mi sonrisa, sí el brillo en mis ojos cuando, después de meses, por fin he podido sentirlos cerca. Tampoco me quiero olvidar de todas las nuevas primeras veces que ya han tenido lugar. Volver a ver mi Madrid, volver a conducir, mi mar, el primer paseo sin limitaciones, algún que otro viaje aunque esta vez sin ir muy lejos de casa, la primera quedada a tomar algo, las primeras risas de los niños jugando en la calle, el primer desayuno en una terraza al sol…Pero sobretodo, no me quiero olvidar de todas las nuevas primeras veces que están por venir, que vendrán, porque, depende solo de nosotros, que ni las limitaciones, ni las decepciones, ni los miedos puedan quitarnos la capacidad de soñar.

Mis alas han perdido el plumaje mientras esperaba tras los barrotes a ver algo de luz al final del túnel, si, pero esta noche es una cerilla que prende esa luz, porque si, porque elijo creer en que el 2021 cambiará el rumbo y vendrá cargado de cosas buenas, de personas mejores, además de todos los besos, los abrazos y los viajes que nos ha robado este 2020, el maldito año de la rata. Vamos a darle «juntos» al botón de reiniciar y… bienvenido 2021, nuestra revancha.

Alto Tajo: el río que nos lleva

Después de un fin de semana, el último de libertad antes de un nuevo semi confinamiento y uno muy especial para mí, en la zona del Alto Tajo, no me ha resultado extraño saber que José Luis Sampedro le dedicara a esta zona la novela homónima al título de esta entrada. A escasas 2 horas de casa, he descubierto un oasis de paz plagado de paisajes que te roban el aliento y que, ahora que de nuevo no puedo cruzar los límites de mi municipio, se me antoja un lugar al que volver en mi mente cada vez que, de nuevo, la montaña rusa de emociones quiera precipitarme hacia el vacío.

Nuestra pequeña aventura arranca cerca de Peralejos de las Truchas, donde nos alojamos en los acogedores Apartamentos Rurales Chon Alto Tajo, y poco después de iniciar nuestro camino abandonamos la carretera general para tomar lo que allí llaman «pistas», esto es, un camino de tierra que, a tramos es más llevadero, pero otros tramos se convierten en un vaivén constante esquivando surcos y piedras. La pista pronto nos descubre un paraje que parece sacado de una postal pues, además, el otoño ya va ganando terreno al verano y empieza a pintar los árboles con sus colores ocres mezclados con el verde de los pinos y la belleza agreste del paisaje kárstico además de, por supuesto, el azul celeste del Tajo.

Continuamos el sinuoso camino para adentrarnos en el Barranco del Horcajo, una maravilla natural que ha creado uno de los numerosos afluentes que tiene el Tajo en esta zona gracias a la erosión constante de las rocas. Estas rocas son el producto de varias épocas de movimiento de las placas tectónicas y por tanto combinan diferentes tipos de materiales, lo que provoca que algunas capas de la misma roca tengan menos resistencia y se desgasten con más facilidad. Así, las rocas van dibujando formas imposibles en su descenso hacia el río.

El camino, además de una aventura y un placer para los sentidos para alguien que disfruta tanto conduciendo como yo, es muy cómodo porque tiene lugares para parar con el coche y poder respirar el aire puro mientras haces fotos tranquilamente. Nuestro objetivo, la Laguna de Taravilla para dejar allí el coche e iniciar una ruta a pie. Alcanzamos la Laguna para maravillarnos con esta masa de agua alimentada de forma constante por aguas subterráneas y rodeada por un humedal.

Desde la Laguna, iniciamos la ruta que nos va a adentrar en el valle rodeados de naturaleza entre bosques de pinos donde podrías perderte, bordeando los afluentes del Tajo, descubriendo pequeñas playas de arena que permiten darse un baño cuando las temperaturas acompañan, cruzando puentes colgantes y disfrutando del silencio y la paz que nos transmite este lugar.

El objetivo de la ruta a pie es el Salto de la Poveda, una antigua presa construida con la intención de utilizar la fuerza del agua para crear aquí una central hidroeléctrica que abasteciera a los municipios de alrededor. Unos problemas de filtraciones hicieron que la presa quedara en desuso y, a día de hoy, prácticamente en ruinas, el agua se abre paso dejando un espectáculo a la vista. El agua que cae del Salto, va a parar al Embalse de la Chorrera.

En este punto del río, es donde los gancheros hacían su primera parada en su procesión hasta Aranjuez. Los gancheros eran personas dedicadas a transportar troncos de madera a lo largo del río Tajo, oficio hoy extinguido desde que llegara el transporte por carretera, bien entrado el siglo XX.

De vuelta al coche terminamos la ruta que nos llevará hasta Poveda de la Sierra para hacer allí un pequeño receso y aprovechar a tomar una riquísima parrillada de carne con unos deliciosos postres caseros en Casa Parri.

De allí, nos vamos al Nacimiento del Río Cuervo, un monumento natural en forma de manantial donde las aguas subterráneas que vienen desde la zona más elevada de Mula del Cuervo, emergen a la superficie. Un lugar bonito aunque nos pareció algo menos impresionante debido a los increíbles paisajes que habíamos visto durante toda la mañana además de que está muy preparado de cara a las visitas turísticas y eso nos desencantó un poco. Aun así, merece la pena ver la cascada y pasear un rato cómodamente por este parque.

Toca un poquito de descanso para arrancar un día especial para mí, ese en el que me hago un año más sabia, recorriendo una ruta en coche que nos llevará desde Zaorejas hasta Contuende. La carretera es una delicia, especialmente si os gustan las curvas tanto como a mí, pero el día amaneció algo lluvioso y esta carretera no cuenta con tantos lugares para parar como la que recorrimos el día anterior, así que no tengo imágenes. Tendréis que recorrerla y, como nosotros, guardar en vuestras retinas todos sus paisajes. Merece especial mención en esta ruta el Mirador de Zaorejas, desde el cual se puede divisar gran parte del recorrido del Tajo por el Valle. Desde lo alto de las rocas, viendo planear a los halcones y cómo el Tajo dibuja sus curvas perfectas a través del Valle, es uno de los lugares donde quiero volver con mi mente cada vez que necesite algo de paz. No hay mejor regalo de cumpleaños que estas vistas.

Abandonamos nuestra ruta en coche para visitar Molina de Aragón, una ciudad que se presenta desde que tomas la carretera para acceder a ella y ves el perfil de su muralla, su castillo y su torre del homenaje, llamada Torre de Aragón, haciendo notar su protagonismo. Molina fue llamada Molina de los Caballeros hasta que, tras una insurrección de la plebe molinesa durante la guerra entre Castilla y Aragón, decidieron ponerse bajo la soberanía de Aragón y a partir de entonces pasó a ser llamada Molina de Aragón.

La última parada de este fin de semana, es el Castillo de Zafra haciendo honor a mi lado más friki pues este castillo fue uno de los escenarios elegidos para rodar algunas escenas de Juego de Tronos, en concreto, para los frikis como yo, aquellas en las que se revivía un secreto que ponía en duda la honorabilidad de Ned Stark. Dejando la ficción a parte, el castillo se ubica en una zona orográfica escarpada salpicada de conglomerados rocosos de hace más de 200 millones de años. Sobre uno de estos conglomerados, se erige el castillo que, desde todos los puntos de Hombrados y Campillo de Dueñas, los pueblos que están más cerca del castillo, resulta una visión impresionante.

Es el mejor colofón a esta pequeña excursión y otro regalo fabuloso para la cumpleañera. Como un regalo ha sido la compañía de mi Moana, siempre llenando todo de energía mientras campa a sus anchas, remojón en el Tajo incluido, y un colaborador muy especial que me ha ayudado con muchas de las imágenes que os he enseñado. Soy consciente que, después de todo esto, no puedo pedir más pero aun así lo voy a pedir. Mi deseo de cumpleaños es que muy pronto todas las limitaciones queden atrás y pueda seguir coleccionando momentos, paisajes y sensaciones como las de estos días. Un último vistazo al Valle del Alto Tajo, esta vez con la luz del atardecer que sabéis que tanto me gusta, y hasta la próxima, que espero sea muy muy pronto!

Cantabria infinita

Dicen que Cantabria fue uno de los pueblos más belicosos del norte peninsular y, en este 2020 tan complicado, que nos está arrebatando tantas cosas, yo necesitaba contagiarme de ese espíritu combatiente para seguir plantándole cara a esta nueva realidad. No sé si habré conseguido mi objetivo pero ya os anticipo que esta nueva aventura me ha hecho sentir más sola que en otras ocasiones, el miedo se ha colado dentro de nosotros y la distancia social ha puesto un muro entre cada persona que encuentras a tu paso, pero también me ha llevado a enamorarme sin remedio de una tierra plagada de paisajes de ensueño, de historias que contar y de tesoros escondidos. ¡Vamos allá!

Mi aventura arranca en San Vicente de la Barquera, una villa marinera que, a día de hoy, vive fundamentalmente del turismo gracias a sus maravillosas playas. De gran riqueza natural, se ubica en el estuario de la ría de San Vicente, donde los ríos Escudo y Gandarilla desembocan al mar Cantábrico, dejando un paisaje increíble de marismas que se pueden observar desde la zona alta de la villa, en el mirador de Santa María de los Ángeles. La pasión que siento siempre por los lugares altos desde los que divisar vistas increíbles, me lleva a subir sin dudarlo a contemplar esta maravillosa vista.

Cruzo el Puente de la Maza, un puente de arcos de medio punto, para poder contemplar la postal típica de San Vicente, con un sinfín de barquitas de colores apostadas en el embarcadero dispuestas para salir de pesca.

Lo hago desde la Playa de la Maza, una auténtica maravilla de playa para perros donde, acompañada de mi Moana, pasamos una tarde muy agradable con unas vistas inolvidables, pues a medida que va avanzando la tarde, la luz va cambiando los colores de San Vicente y la marea baja dejando un paisaje totalmente distinto al que habíamos visto por la mañana.

Sigue la aventura en Comillas, una villa señorial muy importante pues allí se fundó la Universidad de Comillas, de la que salieron importantes figuras eclesiásticas, razón por la cual se conoce a Comillas como la “villa de los arzobispos”.

Además de sus innumerables edificios barrocos, destaca la huella modernista que escasea fuera de Cataluña. De hecho, uno de los principales atractivos de Comillas es el Capricho de Gaudí, hoy convertido en museo.

El parque que rodea El Capricho es una auténtica maravilla, más aún si viajas con perro, y permite ver desde sus miradores los edificios de la villa.

Por si todo esto fuera poco, la playa de Comillas es también mágica. Tuvimos ocasión de pasear por ella e incluso poder comer en una terraza oyendo al Cantábrico rugir entre las rocas, que ejercen de espigón natural.

Seguimos camino hacia la villa de las tres mentiras, esto es, Santillana del Mar (llamada así porque ni es santa, ni es llana ni tampoco tiene mar). Un municipio medieval que derrocha encanto en cada calle y cada esquina.

En Santillana del Mar se encuentran las famosísimas Cuevas de Altamira que no pudimos visitar puesto que, con el ánimo de salvaguardarlas del deterioro, sólo pueden entrar a la semana 5 personas seleccionadas de una lista de espera interminable. Dada esta circunstancia, han creado en Santillana un museo con una réplica de las cuevas para, al menos, hacerte una idea de cómo son las auténticas.
Y si! Como podríais suponer, la editorial Santillana debe su nombre a este increíble lugar. No me resultó extraño que Polanco se enamorara de este pueblo con solo dar un paseo por sus callejuelas empedradas y contemplar sus maravillosos balcones. Destaca un balcón en la Plaza Mayor que pertenece a un lugareño que ocupa gran parte de su tiempo en mantener su balcón así de bonito y floreado.

Además de todo esto, no podíamos dejar de visitar Casa Quevedo, un obrador con solera que ofrece raciones de leche con bizcocho (además de los típicos sobaos y la quesada), de nuevo en la simplicidad está la excelencia porque es increíble como algo tan sencillo puede estar tan exquisito. No tengo foto, pero guardo a buen recaudo el sabor y la textura de la leche con bizcocho.

No podíamos irnos de la Cantabria más occidental sin asomarnos al cabo de Suances para ver el mar Cantábrico desde sus acantilados con la luz del atardecer.


Tras un merecido descanso, visitamos el parque de la naturaleza de Cabárceno. Un lugar a caballo entre un zoológico y un parque natural, con 750 hectáreas de terreno, construido sobre el paisaje kárstico de una antigua explotación minera en el que, además, hay un montón de animales salvajes que puedes ver de cerca. Y lo mejor de todo, pude hacerlo con Moana y ver su carita de curiosidad ante esos animales tan raros para ella.

El parque se recorre en coche, haciendo las paradas que consideres oportunas para ver a los animales y, entre parada y parada, puedes observar la belleza del paraje en el que está ubicado. En el parque también hay telecabina que me permitió verlo también desde las alturas e incluso divisar la bahía de Santander.De vuelta del parque, decidí hacer una parada en Liérganes y resultó todo un acierto. Es un pueblo encantador atravesado por el río Miera, que se convierte en protagonista absoluto de la villa.Solo por contemplar su Puente Mayor merece la pena la visita pero además aprovechamos para darnos un chapuzón en el Miera y aprender sobre la leyenda del “hombre pez”. Se trata de la historia de Francisco de la Vega, que un día desapareció en el mar y se le encontró unos años después, con forma de pez y escamas pero apariencia humana, según cuenta la leyenda, y sólo acertó a tartamudear “Liérganes” por lo que le devolvieron a su pueblo natal donde pasó el resto de su vida hasta que un día volvió al mar y desapareció para siempre. Una escultura al pie del Puente Mayor recuerda la historia.


Al día siguiente, nos acercamos hasta Liencres, que nos ofrece una ruta a pie para recorrer los abruptos acantilados de su litoral. Nos acompañan toda la ruta unas vistas impresionantes de la Isla del Castro y los Urros de Liencres, muestras de cómo la naturaleza puede ser alucinante creando esos paisajes sólo con la erosión de las olas sobre la roca. He echado tanto de menos el mar durante el confinamiento, que no quiero resistir la tentación de sentarme a observarlo, colgada del acantilado, tanto tiempo como me apetezca.


Han habido más pueblos, más rutas y más momentos pero he querido concentrar los más relevantes de esta pequeña aventura por Cantabria. Ojalá muy pronto podamos volver a viajar todo lo lejos o lo cerca que queramos cuando hayamos vencido la batalla y tengamos la corona lista para que vuelva a brillar, si cabe, con más fuerza.

Que esta corona si se caiga…

No todas las coronas son iguales… En estos días estamos viviendo en España y en el mundo una realidad casi apocalíptica con noticias cada vez peores, encerrados en nuestras casas, separados de los nuestros y con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas preguntándonos si en algún momento nos tocará vivirlo de cerca. Esta vez, esta corona, lejos de darnos alas, nos las ha arrebatado de forma violenta y sin contemplaciones. El paseo que hasta hace un par de semanas no valorábamos, ahora nos resulta bucólico; ese beso que dábamos para saludar a alguien querido, a veces desganado, hoy es un sueño inalcanzable; y así con miles de pequeñas cosas que nos hacían ricos sin que lo supiéramos, hasta que la vida nos ha obligado a parar para recordarnos cruelmente lo que es verdaderamente importante.

En cambio, esta corona sí tiene algo en común con la mía y es que, si escuchamos lo que nos tiene que decir, podemos aprender mucho de ella y dar un giro de volante a este bólido que iba a 300 por hora sin frenos por una carretera que llevaba a ninguna parte, teniendo como pasajeros a nuestra sociedad y a nuestra parte más humana.

Como sociedad, podemos aprender a valorar este planeta que tanto nos da y tan poco cuidamos y que, en unos pocos días sin la masificación y la contaminación a la que lo sometemos a diario, ha empezado a dar síntomas de florecer. También debemos, que no podemos, aprender a proteger entre todos la Sanidad pública, no es suficiente el espíritu de los aplausos en los balcones cada tarde a las 20 horas si va a caer en el olvido cuando todo esto termine; tenemos que seguir saliendo al balcón para cuidarla porque es la garantía de nuestro bienestar. Hemos aprendido que el teletrabajo funciona y que estar cautivos obligatoriamente, ya sea en una oficina o en nuestros hogares, nunca será un método eficaz para que las cosas funcionen bien. Y por supuesto, tenemos que aprender a devolver a las personas el papel que les corresponde, en el centro de esta sociedad, pues habíamos olvidado que son las protagonistas absolutas de nuestro mundo y que, cuando las personas están en peligro, todo lo demás no importa.

Con respecto a nuestro lado humano, hay un sinfín de aprendizajes bonitos que podemos extraer de esta circunstancia. Hemos desarrollado, casi de forma instintiva, un sentimiento de comunidad que nos hace estar unidos, a pesar de no poder estar cerca ni tocarnos, y debemos guardar a buen recaudo ese sentimiento, aplicarlo en nuestro día a día y fomentarlo para no caer continuamente en ese egoísmo que ha sido, entre otras cosas, el que nos ha traído aquí pues, mientras otros países ya estaban luchando contra esto, mirábamos hacia otro lado. Creo que tenemos que hacer una retrospectiva interna de aquellas cosas que realmente más echamos de menos y ponerlas en el lugar que les corresponde, me atrevo a vaticinar que en la mayor parte de los casos no serán grandes aspiraciones sino cosas pequeñas que normalmente siempre estaban ahí y por ello no hemos sabido darle el valor que tenían. También podemos ir un poco más allá y ver la fuerza que hay dentro de cada uno de nosotros, que nos ha llevado a adaptarnos a esta circunstancia de la mejor forma que hemos podido y, a pesar de que un día sea igual al anterior e igual al siguiente, hemos sacado la energía para emplear nuestro tiempo de la mejor manera posible, dentro de todas las limitaciones, y seguir saliendo al balcón a aplaudir y gritarle a esa corona que no va a poder con nosotros. Y en mi podio, la última cosa que podemos aprender es a ensalzar la libertad y ese sabor tan dulce que tiene el poder caminar sin miedo, algo de lo que este país ha aprendido mucho a lo largo de su historia pero que, de nuevo, habíamos guardado en un cajón y nos habíamos olvidado que, sin eso, no somos más que unos fantasmas que vagan atados a su bola de presidiario.

Esta corona nos ha salido un poco rebelde y está costando vencerla pero la victoria llegará y, cuanto más dura sea la batalla, más saborearemos el éxito, aunque por el camino estemos perdiendo muchos soldados, a los que ni siquiera estamos pudiendo despedir con los honores que merecían. Pero vamos a ganar y en nuestra mano está que su memoria nos sirva para sentar las bases de una sociedad mejor, construida por humanos mejores de lo que éramos antes de esta hecatombe.

Y si tengo que hablar de mí, mis grandes aspiraciones son poder volver a abrazar a mis padres, sabiéndolos por fin a salvo de esa inmunda corona, algo que se extiende a toda la gente que quiero y a los que siento como una piña estos días, y por supuesto un paseo infinito con mi Moana bajo el sol primaveral, esta vez sin más limitación que lo que aguanten nuestras piernas. Mi pequeña familia de cuatro patas están siendo mi aliento estos días, esa sonrisa asegurada, incluso cuando la corona se cae y solo pueden sentarse a mi lado para demostrarme que ellos están ahí conmigo. 

¿La otra corona? Se acabará cayendo. Mientras tanto, mantengámonos ocupados y dediquémonos tiempo, ese que luego siempre falta para hacer las cosas que nos gustan. Dediquémonos a estar muy cerca estando lejos y hagamos crecer ese sentimiento de preocupación sincera por los demás y, cuando hayamos reducido esa corona a cenizas, que lo haremos, podremos volver a ponernos la nuestra y, con la cabeza bien alta, ir corriendo a abrazar a los nuestros sintiéndonos mejores de lo que éramos antes. Ánimo, fuerza, energía y nos vemos muy pronto ahí fuera. Hasta entonces, #yomequedoencasa. 

Bolonia – la grande scoperta

Dicen que uno siempre vuelve a los lugares donde fue feliz. Y esto es lo que me pasa a mí con mi Italia, que en cada visita es una gran sorpresa y siempre consigue que me lleve un dulce sabor de boca. Así que aquí estoy de nuevo embarcada en una aventura por ella para dejarme sorprender por todo lo que tenga que enseñarme.

Y esta vez la primera parada es en Bolonia, capital de la región Emiliana-Romaña. Ha resultado una gran sorpresa, no sólo por esas callejuelas de soportales infinitos que no me cansaría nunca de atravesar sino también por el espíritu animado y abierto que reina en la ciudad.

Nos recibe un día nublado en la bella Bolonia pero eso no nos frena para empezar la gimkana en busca de los 7 secretos de esta ciudad. Vaaaale, confieso! Solo hemos alcanzado a descubrir 4 de ellos pero ha sido porque los que faltaban no nos han motivado como para buscarlos y nos hemos quedado con los más interesantes. Os cuento uno por uno:

– En primer lugar hemos ido en busca de la Finestrella. Bolonia cuenta con varios canales de agua subterránea por los que se transportaban mercancías, que fueron soterrados debido a las reformas urbanísticas de la ciudad. Solo sobrevivió el Canale delle Molline y se puede contemplar a través de una abertura en el muro.
– Buscamos la fuente de Neptuno y descubrimos algunas de las vistas más bonitas de esta ciudad. Pero centrémonos en lo que nos ocupa: Neptuno y sus atributos. En su primera versión la estatua poseía unos atributos excesivos a ojos de la Iglesia. Giambologna, su escultor, fue obligado a extirpar parte de la virilidad pero lo hizo con picardía para ocultarlos en una baldosa de la plaza, desde la cual se contempla una vista algo distinta de dichos atributos.
– Muy cerca encontramos el arco de los susurros, bajo los arcos del Palazzo Podestá. En ellos se encuentra la estatua de San Petronio, patrón de la ciudad, debajo de la cual el techo abovedado hace que tu voz se oiga perfectamente al otro lado del pórtico. De esta forma, los curas de la época podían confesar a los leprosos sin temor a contagiarse.

– Y por último, nos dirigimos a Vía Independenza, una de las arterias del centro histórico, para encontrar un fresco en la Casa Stagni donde una inscripción nos recuerda que antaño el cannabis no sólo fue una sustancia permitida en Bolonia sino una fuente de gran riqueza para la agricultura local.
Basta de secretos porque ahora nos dirigimos a una atracción que jamás podría pasar desapercibida puesto que las dos torres, o lo que es lo mismo, Garisenda y Asinelli, reclaman protagonismo desde prácticamente todos los puntos de la ciudad. No es para menos teniendo en cuenta que Asinelli es la torre medieval más alta del mundo con sus más de 97 metros. Es un espectáculo contemplarlas, incluso aunque la inclinación de Garisenda nos haga temblar por nuestra integridad.
Ahora de vamos a Piazza Maggiore, donde se encuentra la estatua de Neptuno que os contaba antes.
Esta plaza es uno de los principales atractivos de Bolonia. Tan amplia, tan bonita, con tanta vida, de colores cálidos y plagada de palacios. Me ha conseguido enamorar, junto con todo el centro histórico de Bolonia, tanto de día como de noche.


Y rematamos el día intenso de hoy acercándonos al barrio de Pratello. Un barrio mágico al que acercarse cuando cae el sol para picar algo y beber una cerveza artesanal en alguno de los montones de bares que hay en él. Nosotras hemos cenado en Zapap, un local que es imposible que sea más auténtico y una pizza que quitaba el sentido.
Para terminar, por no extenderme mucho más, quiero dedicarle un pequeño homenaje a una estrella. Este pequeño rincón de Bolonia, con las letras de la canción de Cesare Cremonini, tan mágico como todos los momentos que me ha dado con su maestria. Va por ti, Black Mamba.

Finde de acantilados en Asturias

Esta vez la aventura es un poquito más corta y también un poquito más cerca, pero no por ello menos interesante. Esta pequeña escapada ha conseguido desconectar mi mente de nuevo para volver a engancharme a la naturaleza y, por supuesto, a mi mar. Y es que Asturias es una apuesta segura porque reúne lo necesario para cualquier escapada que se precie: paisajes bonitos, buena comida y mucha cultura.

Esta vez nos hemos decantado por hacer un recorrido por la abrupta costa occidental asturiana y recorrer los acantilados del concejo de Cudillero y alrededores.

Empezamos la ruta por la playa de San Pedro de la Ribera, una belleza escondida bajo el viaducto, que conecta por carretera esta zona, de agua azul celeste. A veces, las casualidades son así y te llevan a encontrar cosas que merecen la pena, esta playa la hemos encontrado mientras buscábamos playa Oleiros, anécdotas de Google Maps y Asturias, que se han convertido en todo un clásico en cualquier viaje a tierra astur.

Seguimos camino dando por perdido encontrar playa Oleiros para llegar a la atracción principal de este área: el pueblo de Cudillero. No lo recordaba tan bonito como me ha parecido hoy así que me ha encantado poder volver a verlo y quedarme con el recuerdo que se merece. Es un pueblo que respira autenticidad a cada paso pero su principal atractivo está en el que llaman el anfiteatro.

Cudillero es un lugar con un encanto arrollador, con sus casitas de colores cayendo sobre el mar, no en vano fue declarado patrimonio cultural. Un paseo por el puerto y su espigón para contemplar la vista del pueblo mientras sentimos cómo el mar Cantábrico choca contra las rocas.

Intentamos dar con la ruta a pie que llega hasta El Pito y La Atalaya pero fue imposible, entre otras cosas porque el tiempo apremiaba para llegar a comer. En la búsqueda subimos unos cuantos escalones y dimos de casualidad con el Mirador del Pico, que ofrece una vista desde lo alto del pueblo hacia el puerto.

Después de un buen cachopo con patatas al cabrales para reponer fuerzas podemos dar por terminada la visita a Cudillero. No puedo dejar de enseñaros el cachopo porque es diferente a los que había probado hasta ahora, exquisito igualmente pero algo menos pesado puesto que no iba empanado. Por dentro, cecina y queso, para babear solo de verlo.

Y seguimos camino por la costa hasta Cabo Vidio para deleitarnos allí con la vista de los acantilados y el Cantábrico rompiendo contra ellos.

No puedo añadir gran cosa que complete estas vistas, salvo que nos encantó de tal manera que no pudimos resistirnos a bajar hasta la Playa Peñadoira, justo a los pies del acantilado, para disfrutar un rato más de este lugar increíble y también darnos el último baño de la temporada. Sin duda, un momento mágico de esos que tanto me gusta coleccionar el bañarme a solas con esta paradisíaca playa en el mes de octubre. La subida de vuelta no fue tan mágica pero sin duda mereció la pena.

Nuestra última visita de hoy iba a ser la Playa del Silencio, llamada así porque suele estar muy poco concurrida aunque nosotros sí la compartimos con más gente. La playa es una auténtica maravilla, si bien es cierto que teníamos el listón muy alto después de lo vivido en Cabo Vidio.

En cambio, improvisamos una última parada en la Playa Concha de Artedo, que resultó todo un acierto puesto que tiene un paseo muy agradable siguiendo la playa de cantos rodados, que a su vez está protegida por acantilados.

Y desde ella pudimos contemplar el increíble viaducto del que os hablaba al principio, una obra de ingeniería cuya construcción es relativamente reciente pero el proyecto que lo abarca ha durado más de 25 años.

El día siguente amanece algo más nublado pero eso no nos amedranta porque aún tenemos algunas paradas prometedoras que hacer. Empezamos por la Ermita de la Regalina, un lugar que no conocía y que ha resultado un gran descubrimiento. Ubicado en el pueblo de Cadavedo, en el concejo de Valdés, el mirador se erige como tal en 1931 cuando el padre Galo, natural del pueblo, construye una ermita allí en honor a la Virgen de Riégala convencido de que la belleza del lugar atraerá a devotos.

En algo no se equivocaba y es en la belleza de este lugar, que cae sobre la playa de Cadavedo y las impresionantes vistas del paisaje protegido de la costa occidental. También nos permite volver a ver en la distancia Cabo Vidio. Por si esto fuera poco, 2 hórreos típicos asturianos ponen el broche a las vistas de este increíble lugar. No hay palabras porque las imágenes hablan por si solas pero sí os puedo decir que he vuelto a dejarme un trocito del corazón, esta vez en Asturias, más en concreto, en el mirador de la Regalina.

Dejamos la Regalina para seguir por la costa occidental hasta llegar a Cabo Busto, otro impresionante faro ubicado en el pueblito de Busto que da nombre a este saliente de tierra que nos permite contemplar estas imponentes vistas que nos dejan nuevamente sin aliento. A modo de curiosidad, en Busto se encuentra la pastelería más típica de Asturias, donde es obligado hacer una parada, pero en esto no tuvimos mucha suerte ya que se encontraba cerrado por vacaciones 😦

Nuestra última parada será en la capital del concejo de Valdés, esto es, Luarca. Otro pueblecito costero que cae sobre el mar en cascada con un puerto que es una delicia donde pudimos dar un paseo para alimentar los sentidos con los olores que llegan desde la multitud de barecitos y terrazas que hay en él, las vistas del puerto desde cada rincón, pintadas sobre el azul del cielo y el Cantábrico. Un día espectacular, una buena comida de productos del mar y estas vistas es lo máximo que podía pedir para poner el colofón.

Ha sido un finde muy especial por muchos motivos, entre ellos que me ha caído un año más 🙂 También porque Asturias siempre será un lugar especial para mí que me hace conectar conmigo y con toda la belleza que me rodea. Y, por supuesto, porque he ido acompañada de mi Moana y la he visto disfrutar sin separarse de mí ni un solo momento.