Finde de acantilados en Asturias

Esta vez la aventura es un poquito más corta y también un poquito más cerca, pero no por ello menos interesante. Esta pequeña escapada ha conseguido desconectar mi mente de nuevo para volver a engancharme a la naturaleza y, por supuesto, a mi mar. Y es que Asturias es una apuesta segura porque reúne lo necesario para cualquier escapada que se precie: paisajes bonitos, buena comida y mucha cultura.

Esta vez nos hemos decantado por hacer un recorrido por la abrupta costa occidental asturiana y recorrer los acantilados del concejo de Cudillero y alrededores.

Empezamos la ruta por la playa de San Pedro de la Ribera, una belleza escondida bajo el viaducto, que conecta por carretera esta zona, de agua azul celeste. A veces, las casualidades son así y te llevan a encontrar cosas que merecen la pena, esta playa la hemos encontrado mientras buscábamos playa Oleiros, anécdotas de Google Maps y Asturias, que se han convertido en todo un clásico en cualquier viaje a tierra astur.

Seguimos camino dando por perdido encontrar playa Oleiros para llegar a la atracción principal de este área: el pueblo de Cudillero. No lo recordaba tan bonito como me ha parecido hoy así que me ha encantado poder volver a verlo y quedarme con el recuerdo que se merece. Es un pueblo que respira autenticidad a cada paso pero su principal atractivo está en el que llaman el anfiteatro.

Cudillero es un lugar con un encanto arrollador, con sus casitas de colores cayendo sobre el mar, no en vano fue declarado patrimonio cultural. Un paseo por el puerto y su espigón para contemplar la vista del pueblo mientras sentimos cómo el mar Cantábrico choca contra las rocas.

Intentamos dar con la ruta a pie que llega hasta El Pito y La Atalaya pero fue imposible, entre otras cosas porque el tiempo apremiaba para llegar a comer. En la búsqueda subimos unos cuantos escalones y dimos de casualidad con el Mirador del Pico, que ofrece una vista desde lo alto del pueblo hacia el puerto.

Después de un buen cachopo con patatas al cabrales para reponer fuerzas podemos dar por terminada la visita a Cudillero. No puedo dejar de enseñaros el cachopo porque es diferente a los que había probado hasta ahora, exquisito igualmente pero algo menos pesado puesto que no iba empanado. Por dentro, cecina y queso, para babear solo de verlo.

Y seguimos camino por la costa hasta Cabo Vidio para deleitarnos allí con la vista de los acantilados y el Cantábrico rompiendo contra ellos.

No puedo añadir gran cosa que complete estas vistas, salvo que nos encantó de tal manera que no pudimos resistirnos a bajar hasta la Playa Peñadoira, justo a los pies del acantilado, para disfrutar un rato más de este lugar increíble y también darnos el último baño de la temporada. Sin duda, un momento mágico de esos que tanto me gusta coleccionar el bañarme a solas con esta paradisíaca playa en el mes de octubre. La subida de vuelta no fue tan mágica pero sin duda mereció la pena.

Nuestra última visita de hoy iba a ser la Playa del Silencio, llamada así porque suele estar muy poco concurrida aunque nosotros sí la compartimos con más gente. La playa es una auténtica maravilla, si bien es cierto que teníamos el listón muy alto después de lo vivido en Cabo Vidio.

En cambio, improvisamos una última parada en la Playa Concha de Artedo, que resultó todo un acierto puesto que tiene un paseo muy agradable siguiendo la playa de cantos rodados, que a su vez está protegida por acantilados.

Y desde ella pudimos contemplar el increíble viaducto del que os hablaba al principio, una obra de ingeniería cuya construcción es relativamente reciente pero el proyecto que lo abarca ha durado más de 25 años.

El día siguente amanece algo más nublado pero eso no nos amedranta porque aún tenemos algunas paradas prometedoras que hacer. Empezamos por la Ermita de la Regalina, un lugar que no conocía y que ha resultado un gran descubrimiento. Ubicado en el pueblo de Cadavedo, en el concejo de Valdés, el mirador se erige como tal en 1931 cuando el padre Galo, natural del pueblo, construye una ermita allí en honor a la Virgen de Riégala convencido de que la belleza del lugar atraerá a devotos.

En algo no se equivocaba y es en la belleza de este lugar, que cae sobre la playa de Cadavedo y las impresionantes vistas del paisaje protegido de la costa occidental. También nos permite volver a ver en la distancia Cabo Vidio. Por si esto fuera poco, 2 hórreos típicos asturianos ponen el broche a las vistas de este increíble lugar. No hay palabras porque las imágenes hablan por si solas pero sí os puedo decir que he vuelto a dejarme un trocito del corazón, esta vez en Asturias, más en concreto, en el mirador de la Regalina.

Dejamos la Regalina para seguir por la costa occidental hasta llegar a Cabo Busto, otro impresionante faro ubicado en el pueblito de Busto que da nombre a este saliente de tierra que nos permite contemplar estas imponentes vistas que nos dejan nuevamente sin aliento. A modo de curiosidad, en Busto se encuentra la pastelería más típica de Asturias, donde es obligado hacer una parada, pero en esto no tuvimos mucha suerte ya que se encontraba cerrado por vacaciones 😦

Nuestra última parada será en la capital del concejo de Valdés, esto es, Luarca. Otro pueblecito costero que cae sobre el mar en cascada con un puerto que es una delicia donde pudimos dar un paseo para alimentar los sentidos con los olores que llegan desde la multitud de barecitos y terrazas que hay en él, las vistas del puerto desde cada rincón, pintadas sobre el azul del cielo y el Cantábrico. Un día espectacular, una buena comida de productos del mar y estas vistas es lo máximo que podía pedir para poner el colofón.

Ha sido un finde muy especial por muchos motivos, entre ellos que me ha caído un año más 🙂 También porque Asturias siempre será un lugar especial para mí que me hace conectar conmigo y con toda la belleza que me rodea. Y, por supuesto, porque he ido acompañada de mi Moana y la he visto disfrutar sin separarse de mí ni un solo momento.

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