El día amanece despejado y nos vamos de excursión de nuevo, esta vez a Albí. Una hora escasa en tren nos separa de nuestro próximo destino, que se va a convertir en la gran sorpresa de esta ruta.
Albí es otro bastión importante del catarismo, de hecho el sobrenombre de cruzada albiguense toma su nombre de esta villa, conocida en la época romana como Albiga.
Llego a la estación de Albí con un sol espléndido y una temperatura muy agradable que me permiten disfrutar del paseo hasta el centro del pueblo y empiezan a aparecer los edificios de ladrillo que me hacen intuir que este lugar no me va a dejar indiferente. Llego a la plaza del pueblo y me impacta la vista de la Catedral de Sainte Cecile.
Es día de mercado en Albí y se respira un ambiente de animación y jolgorio así que me mezclo entre la gente y doy una vuelta por los puestos dejándome llevar hasta alcanzar la impresionante vista del río Tarn y las vistas de Albí cayendo sobre él.
El peculiar colorido de este pueblo se debe a la arcilla del río ya que todos los edificios están construidos con ladrillos hechos de la arcilla del Tarn. El río y la villa son uno y no se entienden el uno sin el otro. Paseo por el otro lado del río y la vista es espectacular.
De vuelta a la villa, me aventuro a entrar en el Palais de la Berbie, que además de ser un magnífico edificio lindando con el río y la catedral, es la sede del museo de Toulouse-Lautrec dedicado al artista impresionista nacido en esta localidad.
Una colección interesante que incluye algunas de sus pinturas y litografías más famosas, como esta del Moulin Rouge.
Tras el museo, me dispongo a entrar en la impresionante catedral pero llama mi atención la bonita plaza en la que está ubicada que antes la algarabía del mercado no me había permitido apreciar. Lleva por nombre el mismo que el de su catedral, Sainte Cecile.
Al entrar en la catedral por la puerta lateral que es una maravilla más del edificio, me quedo embelesada con los frescos que ocupan cada milímetro de pared disponible. El coro de la catedral es único y merece una mención especial aunque no tenga fotos para enseñar, digno de ver y dejarse emocionar por él.
De camino a buscar el mercado, aún descubro algunos rincones increíbles como la iglesia de Saint-Salvy integrada entre los edificios de la villa de tal forma que puede pasar desapercibida.
Y finalmente alcanzo el Mercado de abastos que, como sabéis, es uno de mis lugares preferidos siempre que visito una ciudad.
No podía poner fin a esta escapada de mejor manera que con los rincones de Albí guardados en mi retina mirándolos una y otra vez para intentar que no se borren jamás. Esta vez sí, por un magnetismo que probablemente ni yo alcanzo a entender, Albí ha conseguido enamorarme y hacerme sentir que una vez más dejo un trocito de mi corazón aquí. A tout a l’heure!
Nos vemos en menos de lo que pensáis con una nueva aventura, que el mes de noviembre viene viajero! 😊