Y queremos siempre rosas… y Venecia, Verona y París

Comenzamos una nueva aventura, esta vez algo más corta, más cerca y con una compañía de excepción.

Aterrizamos en Milán, todo un revival de mi aventura en solitario, y, aunque no hemos tenido mucho tiempo de recorrerla en esta ocasión, siempre una ciudad nos descubre rincones nuevos. Esta vez Milano me ha enseñado su cuadrilátero de la moda, una manzana plagada de tiendas de las primeras firmas a nivel internacional que nos recuerdan la relevancia de esta ciudad en el mundo de la moda. Tras el obligado paseo por La Scala, las galerías y la Piazza del Duomo, que no deja de impresionarme aunque aún guarde en mi retina su visión, vamos a deleitarnos con la primera pasta y el primer proseco en este viaje.

La emoción de estar de nuevo en Italia nos embarga y aún no queremos terminar el día así que paramos en una terraza en Rho, donde dormimos esta primera noche, para tomar un Aperol. El lugar resulta encantador, una antigua iglesia que conserva los frescos originales del siglo XVI, y sus amables dueños nos ofrecen quedarnos a probar la nueva pasta caccio e pepe que están cocinando para incluir en el menú. La pasta es una delicia y tomarla en ese lugar a la 1 de la mañana acompañada de un margarita resulta toda una experiencia.

Madrugamos para aprovechar el día pues tenemos por delante un roadtrip rumbo a Verona para pasar el día y acabar durmiendo en Venecia.

Verona resulta una de esas ciudades que te enamoran a la primera toma de contacto, según atraviesas su muralla para entrar en la Piazza Bra. Muy manejable a pie, puesto que no es una ciudad grande y gran parte del centro es peatonal, nos ofrece algunas vistas de rincones mágicos.

Nuestra visita comienza con la Arena, un coliseo obviamente más discreto que el de Roma pero muy bien conservado. Imaginad la sensación de recorrer sus pasillos de piedra intactos o de encaramarnos a sus encrespados escalones para avistar la arena. Actualmente, en su interior tiene lugar el ciclo de ópera de verano de Verona, razón por la cual su interior estaba preparándose para la ocasión.

Callejeamos recorriendo la ciudad y en busca del rincón por el que es famoso esta ciudad: la casa de Giulietta. Se trata de un palacio medieval, hoy convertido en museo, donde la tradición popular sitúa la casa de la protagonista de Romeo y Julieta, de William Shakespeare. Por supuesto cumplimos con los deberes de besarnos en el balcón de Julieta y tocarle el seno derecho a la escultura del patio, aunque no tenemos claro si era para asegurarnos volver a Verona o para encontrar el amor verdadero…

Muy próxima a la casa de Julieta se encuentra la Piazza delle Erbe, la más céntrica de Verona y una maravilla a la vista aunque la aglomeración de puestos, terrazas y gente no la hacen justicia en las fotos que os puedo enseñar. Cerca de esta plaza se encuentra el antiguo mercado de abastos de la ciudad, que merece la pena visitar, así como rodear la plaza para echar un vistazo a sus balcones de flores, todos con un encanto especial.

Y por si no nos habíamos enamorado aún lo suficiente de esta cuidad, nos acercamos a contemplar la vista del Castel di San Pietro desde el río Adigio para culminar nuestra visita a Verona.

Seguimos camino hacia Venecia cuando la luz empieza a apagarse y alcanzamos el Ponte della Libertá (único acceso por coche a Venecia), a ritmo de Hombres G, ya bien entrada la noche.

La ciudad más visitada de Europa y, desde mi punto de vista, la más diferente que uno puede encontrar, se merece una entrada para ella sola así que… os invito a la próxima! 😉

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