Toscana. De Chianti a Rosso.

Esta vez vais a tener que confiar más en mis palabras de lo habitual ya que la ruta de hoy ha sido algo distinta a las de días anteriores y eso me ha imposibilitado hacer tantas fotos como me hubiera gustado. Aun así, para mí este viaje va de sensaciones y no podía dejar de compartir las que he sentido hoy.

Partimos de Florencia por la mañana después de recoger mi flamante coche en la oficina de alquiler. Con más miedo que vergüenza atravieso Florencia llena de turistas, motos, bicis y etcétera mientras me repito a mí misma que no es tan distinto de conducir en la jungla que a veces es Madrid. ¿Mi destino? Siena.

Esta vez es importante que me detenga en el camino. Una carretera de ensueño que recorre los viñedos dando paso a paisajes verdes que se mezclan con el color tierra. Por el camino, varios pueblecitos plagados de bodegas y a cada cual más pintoresco.

 

Llego a Siena en torno a la 1 de la tarde y saltándome todas las indicaciones (no por voluntad sino por despiste) me planto en el casco histórico de la ciudad. Creo que ya es tarde para evitar multas así que decido aprovechar el «peaje» que me van a cobrar y visitar la ciudad un poco más cómodamente. A pesar del calor, es una delicia pasear por Siena: una ciudad bella, con algunos edificios y fachadas que son auténticas joyas y haciendo vislumbrar la ciudad grande que un día fue. Mención especial, sin duda, para la Catedral de Siena (Duomo di Santa Maria Assunta), una maravilla  inmensa al más puro estilo románico-gótico florentino.

 

De vuelta al coche para llegar cuanto antes a San Gimigiano. Espectacular pueblo fortaleza situado en lo alto de una colina con la muralla intacta, torres elevadas desde las que vigilar ante posibles amenazas y unas calles empedradas que te transportan al medievo. La sensación que me producen este tipo de lugares es siempre la de querer recorrer cada uno de sus rincones pensando en descubrir alguna nueva vista que me deleite. Con San Gimigiano me ha ocurrido en cada esquina y en cada calle, convirtiéndose así en la gran sorpresa del viaje (por ahora).

 

Por si fuera poco su encanto natural, el pueblo está repleto de tiendas artesanales, tanto de comida como de costura, madera, piel y cerámica. He necesitado pasar dos veces por los mismos sitios ya que la primera estaba absorta con el pueblo pero estas encantadoras tiendas merecían también algo de nuestra atención. A modo de curiosidad, comentar que varias heladerías de San Gimigiano han logrado el premio al mejor helado del mundo, lástima que no he podido probarlos para contaros.

 

Me marcho de San Gimigiano camino a Cinque Terre, la ruta ha sido fantástica y he disfrutado muchísimo con las carreteras serpenteantes entre las montañas y los viñedos. Nos vamos al mar Mediterráneo, a seguir llenando la mochila.

Dedicado a los que me hacéis sugerencias para seguir mejorando, gracias!

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