Y después de un par de días de invierno, llego a la costa de Croacia y vuelve el verano.
Mención especial quiero hacer a la carretera que va desde Plitvice a Zadar, mi primer destino en la costa. Una carretera de ensueño rodeada de montes verdes escondidos entre la niebla y plagada de puestecitos de madera donde venden queso y miel. Abandono esta carretera cruzando un túnel enorme que atraviesa uno de los montes dando a parar al otro lado, a unos 1000 metros sobre el nivel del mar. El viento azota los coches que salimos del túnel como si fueran banderas ondeando, por lo que hay que conducir con mucho cuidado pero es una experiencia increíble.
Llego a Zadar al mediodía y mi primera impresión es de ser el típico pueblo costero pero Zadar es mucho más que eso. El casco histórico, amurallado en casi todo su perímetro, y digo casi porque el mar ejerce de muralla natural y justo donde el pueblo linda con el mar la muralla se desvanece, es un pueblo encantador por el que es una maravilla pasear.
El centro del casco histórico aún conserva las ruinas romanas del foro ubicado en él y, sobre éstas, San Donato se erige impertérrito al paso de los siglos (iglesia del siglo IX).
Y además está él, el mar, que rodea este saliente de tierra que es el centro histórico de Zadar y nos deja unos atardeceres increíbles con la banda sonora a cargo del Órgano del mar, una estructura arquitectónica construida para que, según entra la marea, toque notas diferentes cada vez entonando una melodia mágica. Cuando termina de caer la luz, el Saludo al Sol armoniza el paseo encendiendo sus luces al ritmo del Órgano.
Al día siguiente pongo rumbo a Trogir y elijo la ruta más larga para poder ir por la costa pues la mezcla que ofrece Croacia de naturaleza verde, muy verde, junto al azul del mar Adriático, muy azul, me tiene atrapada. El camino es tan alucinante como intuía y además me obsequia con el regalo del mirador Gospa od Puta que se encuentra junto a la carretera.
Y llego a Trogir para sorprenderme con un pueblito medieval pegando al mar que, a golpe de vista, es una auténtica maravilla.
Me adentro en él para perderme por sus callejuelas empedradas llenas de tiendas y bares para dar con la Plaza Juan Pablo II, donde se encuentran la iglesia de San Salvador, el palacio Cipico.
También es digna de destacar la antigua fortaleza que, a día de hoy, no se utiliza salvo para eventos culturales y atracción turística (se puede subir a la torre) pero que perfila el paseo marítimo del centro histórico.
Pero el encanto de Trogir no es visitar monumentos sino caminar por sus callecitas y dejarse enamorar por su ambiente medieval mientras nos acaricia la brisa del mar y olemos a pescado recién hecho. Dicen que es la Venecia sin canales de Croacia, yo no me atrevo a tanto pero bien es cierto que caminando por sus callejuelas me he perdido igual que en Venecia así que algo de credibilidad hay que dar al comentario.
Y finalmente me dirijo a Split, que se ha convertido en la gran sorpresa de mi ruta por los Balcanes y en mi rincón en Croacia. La ciudad, antiguamente conocida como Spalato, es una joya arquitectónica que alberga las ruinas del palacio construido por el emperador romano Diocleciano (siglo II dC) pero perfectamente integradas con las construcciones de otras épocas, por ejemplo la Catedral de San Duje (s VIII y el campanario del s XIII), inmersa dentro de la muralla del antiguo palacio.
De nuevo, no os puedo transmitir con imágenes lo que se siente al pasear por esta maravilla hecha ciudad. He empezado a andar por sus calles y, cuando he querido darme cuenta, llevaba más de 20 minutos con la boca abierta.
Split es una ciudad con mucha historia, de esas que me encantan, pues ha pasado de ser un enclave relevante del imperio romano a estar dominada por los húngaros primero y después por Venecia, salvada de ser invadida por el imperio otomano, bajo dominio de Austria y finalmente se convirtió en el Puerto principal de Yugoslavia y ejerció resistencia a una invasión italiana durante la IIGM pero la llegada de los fascistas a la ciudad dañó parte de la cuidad antigua. Sólo algunas pinceladas para que os envuelva un poco del ambiente que respira este pueblo tan encantador
Cada esquina, cada calle y cada plaza son un deleite, siempre adornadas por los muros del palacio y por el mar, que asoma tímidamente entre las piedras y los arcos.
Completamente enamorada de Split, inicio la subida la monte Marjan. Este monte es el símbolo de la ciudad y me han asegurado que hay unas vistas increíbles de mi ciudad 🙂
Más les vale que sea cierto porque la subida es un horror y llego a la cima del monte exhausta para volver a enamorarme, esta vez del Adriático.
Un poquito más abajo me esperan las vistas de Split al completo, os lo presto por un ratito.
Y termino mi día viendo atardecer desde el parque del antiguo cementerio conmemorativo a los caídos en la IIGM, que está justo encima del puerto para poder ubicar dónde empieza mi aventura de mañana, pues nos vamos a conquistar también el Adriático.
Una jarra bien fría de cerveza croata mientras veo como la luz termina de abandonar Split dando paso al jolgorio, la música en la calle, las terrazas y las luces. Hoy, además, me he ganado una cena en un rincón fetiche de Split para recrearme con las vistas y recuperar energías.