Llego a la última parada de mi ruta por los Balcanes, a la que llaman la joya de la costa dálmata, Desembarco del Rey, Ragusa o, simplemente, Dubrovnik. En un primer contacto, me desagradan las infinitas escaleras que hay por toda la ciudad y la aglomeración de turistas, por no mencionar el calor, húmedo y asfixiante. Pero decido darle una segunda oportunidad y empiezo a caminar por sus calles, revestidas de mármol, repletas de edificios hermosos y rincones que resultan mágicos. Y vuelve a ocurrir, por última vez en este viaje, que poco a poco me voy quedando prendada de la cuidad.
El centro histórico de Dubrovnik es una ciudad medieval al pie del mar Adriático que se cierra gracias a una magnífica muralla del siglo XII, construida para proteger la ciudad, que se conserva intacta bordeando todo el perímetro del centro histórico.
Y dada la irregularidad del terreno, para construir la ciudad de Dubrovnik al lado del mar, teniendo en cuenta que la separa de Herzegovina un monte, es como si la ciudad en realidad cayera sobre el mar en cascada, siendo necesarias muchísimas escaleras que la convierten en agotadora, aunque también es esto lo que consigue hacerla un lugar tan especial.
La vista desde arriba de cualquiera de sus encrespadas escaleras es un deleite. Una vez bajo, encuentro la calle principal que es Stradun, siempre plagada de gente y donde podemos encontrar desde souvenirs hasta bares, restaurantes, agencias que ofrecen tours…y edificios preciosos que siempre carecen de balcones.
Muy cerca de Stradun podemos ver algunas de las maravillas que tiene esta cuidad como el Palacio del Rector, el Palacio Sponza (que los locales me han dicho que lo pronuncio muy croata jaja) y la catedral.
A mediodía, después de recorrer a pie las calles de la cuidad maravillándome con cada rincón, me he aventurado a subir a su muralla para recorrerla y poder observar desde la altura la belleza de sus tejados rojos barrocos, mandatorio del gobierno local que no permite construir en otro color para no estropear la homogeneidad. A pesar de que el sol caía implacable a esa hora, he disfrutado mucho el paseo y las vistas.
Exhausta del paseo, me siento a comer en una terraza mirando al Adriático, mi aventura está próxima al final y tengo que aprovechar al máximo las vistas del mar para llevármelas conmigo. Alcanzo el puerto nuevo a media tarde para empezar mi tour de Juego de Tronos. La aventura comienza surcando el mar desde el puerto nuevo al puerto viejo en el barco de Daenerys al ritmo de la banda sonora de la serie, no me avergüenza reconocer que soy una auténtica friki y estoy emocionadísima.
Llegamos al puerto y empieza el tour caminando por la cuidad para recorrer cada una de las escenas que han sido rodadas en Dubrovnik. No puedo dejar de compartir mi emoción al revivir el paseo de la vergüenza de Cercei, la batalla de AguasNegras, algún escenario de Qarth, las escaleras del Septo de Baelor…y como colofón puedo hacerme una foto en el Trono de Hierro.
Un poquito de descanso y disfrutar el ambiente de la noche en Dubrovnik y ultimamos esta aventura visitando la isla que se encuentra enfrente de Dubrovnik, la isla de Lokrum, una reserva natural llena de pinos y donde podemos ver pavos reales a montones que se mezclan con los turistas sin ningún reparo. Ojo que, según una antigua leyenda en Dubrovnik, si alguien saca de la isla una sola pluma de pavos reales, la mala suerte le acompañará. Y por supuesto desde la isla también puedo despedirme de él, el mar, mi mar Adriático, que no es casualidad que la última mención que haga en este viaje sea para él.
Y así termina esta aventura, con cierta tristeza pero también con ganas de retomar mi vida y ver a los míos que no se han perdido ni una sola batalla de mi #balcansroute. Si el año pasado mi aventura en solitario fue gratificante, este año me he superado a mí misma, a veces llevándome al límite, pero con orgullo puedo decir que lo conseguí. Los contratiempos y momentos difíciles poco a poco se convertirán en anécdotas que contar entre risas. Yo prefiero quedarme con el encanto de Zagreb, con los paisajes de ensueño de Eslovenia, con las calles de Liubliana, el azul turquesa de los Lagos de Plitvice, del río Neretva y del Adriático, con los atardeceres de Zadar, las vistas increíbles de mi Split, los contrastes de Bosnia y la magia de Dubrovnik. Me quedo con las lecciones de espeleología en Postojna, las de geología en las islas de la costa, las de historia en Sarajevo y las de leyendas en Dubrovnik. Y me quedo con toda la gente amable que me he encontrado, que me ha hecho mucho más fácil la aventura y me ha dado algunas de las mejores lecciones que me llevo de este viaje. Y vuelvo a casa feliz, sabiendo que todo eso viene conmigo en la mochila y que se quedará ahí, para siempre.