Bienvenido 2021

Un año movido, un año turbio, un año asqueroso,… no podía ser de otra forma pues, en el calendario chino, este es el año de la rata. Adiós 2020, vete y no se te ocurra volver.

Empecé el año de la mejor manera posible, con la ilusión de un viaje por mi Italia, sin saber que sería el último en mucho tiempo. El primer batacazo del año llegó pronto, perdimos a Tigre y con él no solo se fue mi gato, también una parte de mí y de mi familia que cada vez nos cuesta más rescatar para recordarnos que hubo tiempos mejores, tiempos muy buenos, tiempos felices.

Poco después, un aciago efecto mariposa nos cambió la vida a todos. Un proverbio chino en el que se basa una teoría física muy cinematográfica dice que cuando una mariposa bate sus alas se puede sentir su efecto al otro lado del mundo. Pues bien, esta vez no fue una mariposa sino un murciélago en Wuhan que transformó nuestro mundo y cambió nuestro destino. Llegó la maldita pandemia y, con ella, el confinamiento domiciliario que lo tiñó todo de un gris muy triste. Las calles estaban tristes y vacías, los días los recuerdo siempre nublados, veía imágenes de lugares que había visitado en mis viajes y no quedaba ni rastro de la animación que recordaba en ellos. Intentaba ocuparme en mil cosas para no tener ocasión de pensar pero la más mínima mala noticia se tornaba una debacle emocional que me derrumbaba sin consuelo. Y me levantaba. Y seguía. Y me ocupaba. Pero de nuevo venía la cuesta abajo y otra vez vuelta a empezar.

Este ha sido el año en el que hemos aprendido el auténtico significado de «echar de menos» , echar de menos desde lo más insignificante hasta lo más importante. Porque he echado de menos hasta doler a toda la gente que quiero, recuerdo con una mezcla de ternura y tristeza a mi madre diciendo, después de dos meses sin vernos, que nunca habíamos estado tanto tiempo separadas. Pero también echar de menos el cine, los paseos, los viajes, los abrazos, ver el mar, probar comidas ricas, las excursiones, los besos, los conciertos, el teatro, las largas conversaciones post comilona… Y un largo etcétera.

También ha sido el año de aprender a vivir con miedo. Un miedo que te paraliza ante la posibilidad de que ese maldito virus pueda siquiera rozar a alguna de mis personas favoritas y ya no haya ocasión recuperar todo el tiempo que hemos perdido este año. El miedo a que las consecuencias económicas afecten a nuestro trabajo, como así ocurrió con el mío durante el estado de alarma (por suerte, solo un daño colateral). Miedo a no saber qué vendrá. Miedo a no recuperar jamás todo aquello que me hacía feliz y que nos ha sido arrebatado. Miedo a la soledad. Miedo a salir de casa. Miedo a no poder estar donde haces falta y miedo a no estar donde quieres estar. Y otro largo etcétera.

Pero por encima de todo ha sido el año de las limitaciones para absolutamente todo y, con ellas, esta sensación tan desagradable de tener que estar midiendo cualquier cosa que quieras hacer. Jamás pensé que fuera a vivir cosas como un estado de alarma, toques de queda, restricciones de movilidad, confinamientos, usar salvoconductos para ir a trabajar o tener que dar explicaciones por cosas tan sencillas como pasear a mi perra, ir a la compra o visitar a mis padres. Hemos puesto unos grilletes muy pesados a la libertad en aras de la salud, no había otra opción, pero después de muchos meses arrastrándolos, esos grilletes cada vez pesan más. Porque la vida se trata de vivir, si, pero también de sentirse vivo.

Y, desgraciadamente, a pesar de todo, hay personas que siguen sin aprender nada. Hace unos meses hablaba de que tal vez esta experiencia serviría para poner en el centro de todo a las personas, ocupando el papel que les corresponde, pero tras un año de malas noticias, de desgracias, de muertes y con todo ello la evidente necesidad de estar más que nunca ahí los unos para los otros, aun hay quienes no entienden de la vida porque no saben, porque no quieren o porque en lugar de corona se han puesto un casco para no dejar entrar la luz que irradiamos los que nos atrevemos, no vaya a ser que les deslumbre. Porque si, entre todo el cargamento nocivo que traía este año de serie, había que añadirle algún que otro componente tóxico, no vaya a ser.

A pesar de todo, gracias. Por obligarme a parar para dedicarme tiempo a mí misma, por regalarme todos esos ratos para disfrutar de mis bichitos, por dejarme sola en la batalla con mis dragones, a los que he demostrado una vez más que puedo ganar por más fuego que escupan, por forzarme a reordenar mis prioridades y poder dar así un paso más allá para saber lo que quiero en mi vida, pero sobretodo lo que no.

Y por último, os quiero hacer un regalo de fin de año y compartir con todos vosotros mi vibrante emoción ante cada reencuentro, los ha habido de todos los tipos y colores, pero cada uno de ellos ha sido tan especial, aún con mascarilla, que ha dejado una huella hermosa de la que no me quiero olvidar en esta noche. Con ellos, con ellas, con él, con ella…no necesito dar nombres porque saben de sobra quiénes son ya que, aunque no podían ver mi sonrisa, sí el brillo en mis ojos cuando, después de meses, por fin he podido sentirlos cerca. Tampoco me quiero olvidar de todas las nuevas primeras veces que ya han tenido lugar. Volver a ver mi Madrid, volver a conducir, mi mar, el primer paseo sin limitaciones, algún que otro viaje aunque esta vez sin ir muy lejos de casa, la primera quedada a tomar algo, las primeras risas de los niños jugando en la calle, el primer desayuno en una terraza al sol…Pero sobretodo, no me quiero olvidar de todas las nuevas primeras veces que están por venir, que vendrán, porque, depende solo de nosotros, que ni las limitaciones, ni las decepciones, ni los miedos puedan quitarnos la capacidad de soñar.

Mis alas han perdido el plumaje mientras esperaba tras los barrotes a ver algo de luz al final del túnel, si, pero esta noche es una cerilla que prende esa luz, porque si, porque elijo creer en que el 2021 cambiará el rumbo y vendrá cargado de cosas buenas, de personas mejores, además de todos los besos, los abrazos y los viajes que nos ha robado este 2020, el maldito año de la rata. Vamos a darle «juntos» al botón de reiniciar y… bienvenido 2021, nuestra revancha.

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