Este 2018 no da para mucho más, se nos escapa entre los dedos según se va apagando la luz por última vez. Y de nuevo esta mezcla de sentimientos entre melancolía por lo que queda atrás y alegría por todo lo que está por venir.
No puedo decir que haya sido un año fantástico pero, como todos, me ha enseñado algunas cosas. Este año ha sido mi escuela para aprender a valorar los recuerdos, los buenos y los malos, que son los que dibujan quienes somos y mantienen vívidas las lecciones aprendidas. Probablemente habrán sido infinitas las veces que he deseado que algunos de ellos se borraran para que no se conviertan en fantasmas que reaparecen en los peores momentos y, ahora que aún estamos en este 2018, puedo decir que no volveré a desearlo más.
Ni que decir tiene que, obviamente, prefiero todos los recuerdos buenos y que este año, contra viento y marea, me he empeñado en hacer una colección de buenos recuerdos que sin duda van a cambiar conmigo de año. Están en ese saco de buenos recuerdos todos los momentos de risas, también de lágrimas, los cafés improvisados, los abrazos de mi ranita, las tardes de manta, las de maratón de series, los logros profesionales que llegan después del trabajo bien hecho, las caricias y juegos de zombis con mis pequeñajos, las buenas películas, la cocina de mamá y los postres dobles de papá, las conversaciones que duran horas, ver el mar, las comilonas, las siestas, los ratos de truculencias en la oficina y, por supuesto, los viajes. Los he contado y han sido 22 vuelos en total los que me han llevado a atravesar el mundo en este año y a deleitarme con los atardeceres y los templos budistas de Tailandia, con la magnificencia y los contrastes de Rusia, con la belleza clásica de mi Italia, con la verde Eslovenia y la controversia cultural de Bosnia, con la acogedora Croacia y el azul celeste del Adriático, con la calidez del sur de Francia y la libertad que se respira en el aire de Dinamarca. Tenía que hacerles una mención especial pero los recuerdos no son un destino, sino las miradas, las sensaciones, las experiencias y los aprendizajes en cada uno de ellos.
Y si los recuerdos también son esto, 2018 ha estado repleto de todo eso y no solo en cada uno de los viajes. Las miradas de cada uno de vosotros, a veces de complicidad, otras de respeto, de cariño o de incredulidad, e incluso de preocupación sincera cuando me habéis visto tambalearme. Guardo especialmente a buen recaudo algunas sensaciones que he experimentado este año, algunas de ellas nuevas para mí, pero destaco por encima de todas esa sensación de felicidad después de cada “lo he conseguido”. Las experiencias son un grado pero son demasiadas para recoger aquí sin aburrir y son algo tan personal que en algunos casos sería complicado transmitir solo con palabras. Y por último, los aprendizajes, que también han sido muchos, son la forma que tiene este año de decirnos que incluso de todo lo que nos ha devastado y nos ha dejado unas cicatrices muy feas, se puede sacar algo positivo y bonito aunque a priori seamos incapaces de verlo.
En el cenit de este 2018, mi deseo es que sigamos recolectando recuerdos y que nada nos los pueda borrar jamás, que todos podáis volver atrás la vista (tan lejos o cerca como queráis) y rescatar algunos de esos recuerdos bonitos para iluminar esta noche especial y cruzar la delgada línea que nos separa ya del próximo año, con la corona en su sitio y brillando con fulgor. Y mañana, seguiremos coleccionando más recuerdos.
Hasta siempre, 2018. Feliz 2019!!!!!!